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Mi puta vida

No sé si podría catalogar a mi vida de prostituta de medio pelo o de meretriz de altos vuelos
José Sarria
viernes, 2 de mayo de 2014, 07:11 h (CET)
No sé si podría catalogar a mi vida de prostituta de medio pelo o de meretriz de altos vuelos. Sin embargo Soraya Sáenz de Santamaría lo tiene clarísimo. Ha denominado a la suya sin ambages, sin adjtivos de ningún tipo: “mi puta vida”, bramaba la vicepresidenta por los pasillos del Congreso, refiriéndose a la extensión que ocupa su deambular por esta existencia, valle de lágrimas, para los muchos, en tiempos del nacionalcatolicismo.

Porque claro, hasta en eso siempre hubo clases y clases. No es lo mismo ser una escort de lujo, la amante de un señor de los de toda la vida o una indocumentada pajillera de los polígonos. La vida puede metaforizarse como de cortesana, mesalina, mantenida, ramera, fulana, puta, zorra, putísima o pelandusca; todo depende de la cuna donde se nazca o del padrino con quien te acuestes.

No creo que se pueda tener una puta vida si esta tiene los pequeños inconvenientes de tener asegurada la manduca con el estipendio de vicepresidenta del Gobierno o un chalecito en el exclusivo barrio de Fuente del Berro de 231 metros, con piscina y jardincito, tasado en más de 1,8 millones de “leuros” o un esposo, Iván Rosa, que por arte de birlibirloque fue contratado, por un pastizal, por Telefónica.

Puta vida es a la que ha enviado, decreto tras decreto, el Gobierno de la ofendida vicepresidenta a toda una legión de españoles. Ese lugar real en el que malviven cientos de miles de paisanos, en el umbral de la pobreza, con avisos de desahucio o sin ayudas ni subsidios como para llegar a final de mes. Para puta vida esa a la que han condenado a los abuelos preferentistas, Blesa y su panda de trileros, muy cercanos, por cierto, al mundo dorado de Génova trece. Para puta vida, en fin, esa que sufren los dependientes o enfermos a los que se les ha quitado la ayuda o el tratamiento médico por cuestiones presupuestarias. Estos sí que las pasan putas, pero putas putas putas.

Lo suyo, querida vicepresidenta, sería una vida, más que puta, de puta madre.

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Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.

Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.

 
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