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Consigna: Acabar con la Monarquía

Nubarrones ante la próxima proclamación de Felipe VI como Rey de España
Luis del Palacio
miércoles, 4 de junio de 2014, 07:35 h (CET)
Muchos no tendrán en cuenta que el reinado de casi cuatro décadas de Don Juan Carlos I ha sido el periodo de la Historia de España más próspero de los últimos cuatrocientos años. Muchos, por esa cosa tan nuestra que se llama “envidia” (y la de clase es la que más tortura) dirán que ahora toca que todos seamos iguales. Y como cualquiera sirve tanto para un roto como para un descosido, “A ver si, de una vez, “el ciudadano Borbón” (Don Felipe) se presenta a unas elecciones. Porque es lo democrático” (Pablo Iglesias dixit) Ya lo insinué en mi artículo de la semana pasada: mano de hierro con guante de terciopelo; ideología bolchevique envuelta en finos paños de democracia, que es precisamente lo que no ha tenido ningún país en los que han logrado implantarse.

España es una tierra difícil; lo ha sido siempre. A ese “naide es más que naide” hay que añadirle un carácter poco o nada dado a la reverencia. Lo cual podría ser bueno si no fuera porque se tiende a confundir el respeto con la sumisión. Y de ello es un buen indicador el hecho de que nuestra lengua que aún conserva la forma “tú” y la de cortesía “usted” vaya dejando de lado la primera en el uso cotidiano ¿Cómo vamos a llamar “Majestad” al Jefe del Estado si la de la frutería llama “bonita” y “de tú” a una venerable octogenaria en el mercado de la esquina? En Alemania –que es, por cierto, una república- el uso de las dos formas se respeta estrictamente y sería verdaderamente escandaloso que, por ejemplo, un alumno tuteara a un profesor. Cosas de la vida.

Las “espontáneas” manifestaciones de ayer pidiendo en la calle un referendum o, sin más, la proclamación de la república, ponen de manifiesto que una extensa minoría (pero minoría, al fin) trata ahora de torpedear a la Monarquía con estratagemas que dieron resultado en otras ocasiones (abril de 1931, por ejemplo). Son los menos demócratas de todos y utilizan dos armas fundamentales: la demagogia y la pasividad de las masas. En mi opinión, humilde pero fundada en mis muchos años de oficio, la elección de la fecha para abdicar ha sido totalmente acertada Quizá podría haberse producido antes, es cierto; pero no convenía retrasarla más debido al hecho de que los dos grandes partidos españoles acaban de sufrir un gran revés electoral en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo, lo que hace prever su posterior caída parcial en las municipales y las generales de 2015. En España no se coronal al Rey, sino que es proclamado (sancionado) por las Cortes y es preciso obtener una mayoría absoluta para hacerlo (176 votos) Si el equilibrio parlamentario entre el Partido Popular y el PSOE (garantes de una votación favorable) se desestabiliza, nos podrían "colar por la puesta de atrás" un referendum promovido por esas amplias minorías que cuentan, entre otras cosas, con la pasividad general. Y, entonces, una más que cuestionable III República estaría servida.

No se trata de vocear de forma bobalicona una adhesión incondicional a la monarquía. Esta ha de servir al pueblo (ahora “ciudadanía”) y no servirse de él. Pero este principio queda absolutamente garantizado por el hecho de que en las monarquías constitucionales “el rey reina pero no gobierna”. Su papel se limita a representar de manera simbólica al país. Nada más (y nada menos).

¿No han sido los Reyes de España nuestros mejores embajadores durante cerca de cuarenta años? Hay que ser muy miope, muy tonto o muy adoctrinado para no verlo. La institución monárquica es un valor sólido, de prestigio internacional, frente a una clase política reblandecida más y más por sus contradicciones, falta de programa político, sinecuras y corrupción.

La demagogia alentada por los sofistas, los charlatanes de salón que arengan a las masas para arrimar el ascua a su sardina y sacar rédito político, van a dar la tabarra hasta que la fuerza de la razón –en este caso coincidente con la de la Ley- les ponga en su sitio. El sistema democrático no excluye la posibilidad de cambiar las cosas; incluso el modelo de Estado. Pero no con la premura que ellos demandan, sino siguiendo unas normas que no hay que improvisar porque ya las tenemos. Y, sobre todo, hay que recordar a los que ahora quieren subvertir el orden constitucional –precisamente el conjunto de esas normas básicas de convivencia- que la soberanía del pueblo reside en el Parlamento y que mientras sean sólo una “numerosa minoría” (pero minoría al fin) tendrán que atenerse a la fuerza de los votos. Esa y no otra es la verdadera democracia.

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Transcurren días de confusión, o así me lo parece, inmerso en la actual vorágine de dichos y hechos en la que se percibe, aunque pueda parecer lo contrario, un predominio del olvido sobre la memoria, pues se superponen pequeños y grandes olvidos (la magnitud, en cada caso, queda a cargo de cada cual). Pienso, en relación con ello, acerca de lo esencial y de lo accesorio. No es fácil discernir entre uno y otro.

Quizá haya sido siempre así, aunque ahora se note mayormente; de cualquier manera, si nos ponemos a observar cómo nos relacionamos, el desapego, la crispación e incluso el enfrentamiento, cobran un rango predominante e inquietante.

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre una realidad que nos atraviesa a todos, pero no por igual: en el mundo contemporáneo, los mercados ocupan un lugar central en nuestras vidas, en tanto que no sólo determinan lo que compramos o vendemos, sino que también influyen en áreas fundamentales como la educación, la salud, la justicia e incluso las relaciones humanas.

 
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