Como miembro de esa iglesia, me interesa sobremanera conocer qué respuesta puede haber suscitado en el seno de la curia católica el contenido del sermón del capellán que ofició en Los Jerónimos la misa conmemorativa del golpe de estado franquista. Pero cuando a día de hoy ésta no se ha pronunciado ya al respecto, intuyo que ganas de airearlo, lo que se dice ganas, al parecer no tiene ninguna. También puede que no sepa cómo hacerlo, claro está, sin poner en evidencia al clérigo. Eso no me extrañaría, francamente, porque el sacerdocio es una profesión tan corporativista como lo pueda ser, por ejemplo, la de médico. Y no es para menos, por supuesto, porque quien pronunció esas palabras vestía sotana, que si llego a ser yo o cualquier otro lego a día de hoy me encontraría retenido en la comisaría del distrito por incitación al odio y a la violencia.
Precisamente, de todo ello acusan al párroco de los Jerónimos las fuerzas políticas de izquierdas con representación parlamentaria, que en suma son las formaciones que han salido peor paradas por aquellas declaraciones encomiásticas del golpe militar que condujo inexorablemente a nuestro país hacia una cruenta conflagración fratricida. Entre estas fuerzas progresistas y la iglesia católica, parece existir una animadversión secular rallante con un odio acérrimo, que tal vez proceda de la interesada obsesión por ponerse siempre del lado de los poderosos que ha tenido la Iglesia Católica, en detrimento de los humildes.
Si no quiere acabar sucumbiendo al espectáculo de su propia defenestración, la Iglesia Católica debería tomar cuanto antes cartas en el asunto. Comenzar deshaciéndose de esa suerte de iluminados para los que un fin bien justifica cualquier medio, por delirante que éste sea, y terminar por apartar de su paraguas proteccionista a tanto pederasta como parece andar suelto en su redil y que está comprometiendo la poca o mucha credibilidad que le queda a la institución.
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