El 28 de febrero de 1980, hace ahora 40 años, se produjo una gran manifestación en Andalucía exigiendo la aprobación del Estatuto de Autonomía, aunque en una de las provincias andaluzas no se hubiera alcanzado el quórum suficiente. Según se cuenta, el entonces Presidente del Gobierno Adolfo Suarez, viendo que la voluntad autonómica española era imparable dijo lo de “café para todos” y fue aprobado el Estatuto Andaluz.
El gobierno de la UCD pensaba que el proceso sería más lento, al menos en Andalucía, pero la solución salomónica de Suarez nos llevó a que se formara una sola Comunidad Autónoma con las ocho provincias andaluzas.
Un político granadino de aquellos momentos dijo, en petit comité, que si hubiéramos sabido lo que iba a pasar, Granada podía haber luchado por formar otra comunidad con Almería, Málaga y Jaén pues íbamos a terminar absorbidos por Sevilla, como así ha pasado, aunque nos dieran como premio de consolación ubicar en Granada el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía.
El texto del Estatuto andaluz consta, nada menos que de 250 artículos, bastantes más que la Constitución Española, y su gobierno ha sido disfrutado sin interrupción por el partido socialista, desde los lejanos tiempos de Rodríguez de la Borbolla y Alfonso Guerra hasta la reciente coalición del Partido Popular, Ciudadanos y VOX.
Durante tan largo periodo de tiempo nos han administrado desde Sevilla tanto los palacios de la Alhambra como las pistas de esquí de Sierra Nevada.
Andalucía ha sido un fructífero semillero de votos para el partido socialista ya que al tener una extensa agricultura la política agraria común de Europa (PAC) estimó que para elevar su nivel de vida, que era el más bajo de España, necesitaba ayudas que se canalizaron como Planes de Empleo Rural (PER) y fondos de formación cuya realización, aparte de una deficiente administración que sigue rodando por los tribunales, facilitaba el control de la población rural, o no rural, que a través de los ayuntamientos facilitaba la acreditación de jornadas para la percepción de la prestación del desempleo agrario.
Para dar cierto lustre al Estatuto éste empieza con un preámbulo en el que se reivindica la figura de Blas Infante como “padre de la patria andaluza”, un notario que, al parecer, terminó convirtiéndose al Islam, y que en 1883 intervino en la Constitución de la primera república española, la federal, que terminó con más pena que gloria.
También el Estatuto andaluz recoge de Blas Infante la bandera blanca y verde y el escudo con la leyenda: “Andalucía por sí, para España y la Humanidad” aprobados ambos por la Asamblea de Ronda de 1918 y el himno publicado por la Junta Liberalista de Andalucía de 1933 en tiempos de la II República.
El himno dice cosas que, como andaluz, me dejan perplejo, pues comienza diciendo que la bandera blanca y verde vuelve, tras siglos de guerra, a decir paz y esperanza a la gente de esta tierra. Por lo visto la bandera almohade vuelve a Andalucía como símbolo de paz y esperanza, cuando afortunadamente la reconquista acabó con la toma de Granada en 1492 por los Reyes Católicos. También dice que “los andaluces queremos volver a ser lo que fuimos, hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres les dimos”. Seguramente el Sr. Infante esperaba a unos almohades que nos conquistaran de nuevo y no que vinieran en pateras. Para mí: puro dislate.
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