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Redención o castigo

La franqueza haría posibles unas conductas menos intempestivas
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 28 de febrero de 2020, 09:28 h (CET)

El repaso de lo que hay sido una vida adquiere rasgos de un exámen final sin el rigor de los tribunales; quizá por ello, con mayor disposición para las anotaciones sinceras. Realizado desde fuera, por otras personas, siempre adolecerá del escaso poder de penetración en los interiores de la vida examinada. Cuando la REVISIÓN es efectuada por el propio protagonista, asoman las deformaciones achacables a su sensibilidad. En ambos supuestos, cargados con el enorme muestrario de apreciaciones singulares, como un ejemplo más de la diversidad perceptiva. Se trata de aproximaciones un tanto ambiguas, susceptibles de dulzores y amargores.

Con el paso de los años son muchas las bregas acumuladas, con desengaños renegridos con el tiempo y frustraciones sinsorgas; frente al desánimo, solemos derivar la atención hacia los recuerdos en busca del CONSUELO regado por la melancolía. Al menos, la distancia suaviza las intemperancias experimentadas, dándole un rango de eternidad a las sensaciones gratificantes percibidas. Quizá, o sin quizá, abusando de la retrospectiva, perseguimos a ese consuelo tranquilizante, sin mucho miramiento hacia la veracidad de sus argumentos. La memoria testaruda también encuentra aquí un huequecito para hacerse presente. Tampoco es fácil liberarnos de la inquietud existencial a pesar del tiempo transcurrido.

La inmanencia de la historia nadie la puede eliminar, está reñida con cuantos intentos se sucedan para apropiarse de ella o incluso eliminarla. Permanece abierta a la interpretación de sus registros, diferenciándose recuerdos, datos precisos y la consistencia de sus contenidos. Porque la INCOMPLETUD de su ofrecimiento es evidente, no puede exponer todo cuanto sucedió. A los retazos obtenidos les falta hilación, vistos desde la distancia aportan un cierto grado de ambigüedad. Por un lado, impiden la contundencia, y por otro, permiten las percepciones imprecisas un tanto acomodaticias; en una adaptación ventajosa o perjudicial, según las intenciones de quienes se aproximen a los recuerdos.

La mente nos conduce por trochas insospechadas, con el morbo del grado de voluntariedad, las actitudes espontáneas o el arrastre involuntario por esos andurriales enigmáticos de las neuronas. El pasado todavía no se consumó, participa con sus repercusiones en el presente, pero tiene su aquel de intrigante; sobre todo cuando tropieza con el OLVIDO empeñado en borrar sus huellas. El tamaño de los olvidos es revelador de las andanzas sociales. Los silenciamientos no son propiamente olvidos, tienden a las intervenciones maliciosas. Si bien el olvido es necesario dado el limitado espacio mental disponible, es una fuente de pérdidas importantes. Apenas podemos intervenir en la selección mientras estamos presentes.

¿Somos de fiar? Vivimos instantes azarosos en la incertidumbre radical de la vida. La inseguridad marca de algún modo lo que hacemos; por eso no extrañará el afán de justificarnos aportando datos favorables. En la elaboración de las memorias desatendemos los aspectos inconvenientes, acopiando como escudo las percepciones agradables.

Procedemos con el SESGO gratificante, minimizamos los factores negativos con la intención de reforzar la posición propia. Configuramos así unos recuerdos estupendos en un claro predominio sobre las realidades desagradables. Este sesgo tiñe de egoísmo las relaciones. Su naturalidad perjudica el buen entendimiento equilibrado dentro de la pluralidad.

A la hora de valorar los comportamientos previos, incluso los más recientes, las desviaciones pueden ser notorias también en el otro sentido, el de incidir en contra de otros sujetos, sin miramientos ni reflexiones bien asesoradas, en una especie de sesgo JUSTICIERO; el de centrarse en plan obsesivo en ver todos los antecedentes nocivos relacionados con esas personas o grupos. Es una verdadera fiscalización a ultranza, no dejan pasar ni un matiz defectuoso. La controversia está servida. Aunque se trate de un comportamiento de lo más natural, las suposiciones de una exactitud interpretativa no parecen acordes con las características humanas; bondades o maldades sólo dependientes de los diferentes enfoques.

Rememorar algo es fácil, siempre y cuando renunciemos a entenderlo con la precisión de las circunstancias actuales. ¿Cómo se atreven a juzgar hechos antiguos sin tener en cuenta las mentalidades y entornos de aquellas épocas? Si algo nos enseña el repaso de los recuerdos accesibles es las inestabilidad de los VÍNCULOS presentes en cada momento, con las conexiones vitales activadas. Caracterizan las situaciones de ayer y de hoy, las de unas personas con otras, en constante variación. Por el contrario, adoptamos con una fijación estúpida la pose de quienes ostentan la claridad mental permanente, con el error subsiguiente de un oscurecimiento real del pensamiento, bien visible en los ámbitos de la modernidad.

Por todo lo dicho, convendremos en la necesidad vital de una versión humilde en la consideración retrospectiva en busca de explicaciones aplicables en las conductas actuales. Necesaria para analizar los montajes de las certezas con tan altos porcentajes de desconocimiento. Desde los tiempos ancestrales funcionamos a base de signos convencionales con la presunción injustificada de los engreídos. Las SEÑALES orientadoras son primordiales. Delimitan eventos anteriores y moldean la percepción de un presente menesteroso con severas inquietudes; en cierto modo nos sitúan.

Una cosa es funcionar como se pueda, con las máximas colaboraciones posibles; pero quedan fuera de lugar las imposiciones desmedidas.

Cuando intentamos el apredizaje desde la historia, repasamos los recuerdos familiares, acaso lancemos una mirada al futuro o pretendamos entender algo de cuanto acontezca alrededor; pronto vislumbramos la transfomación de todo ello en una serie de componentes pasados, ya sucedieron. Sin pretenderlo, hemos revalorizado el INSTANTE como el momento decisivo, donde de verdad ejercitamos las potencialidades disponibles; con aciertos o errores de compleja estructura. Pese a todo, pensemos o no en lo más alejado en el tiempo, o bien en problemas cercanos en riguroso directo, no podemos prescindir de aquel chispazo decisivo. De como proyectemos los sucesivos instantes abocaremos a la satisfacción o a la reconvención.

Al examinarnos entre tantas revueltas complicadas, se llegó a decir aquello del más valdría no haber nacido; una respuesta en tono pesimista. Pero, ya puestos en estos lugares, a través de los instantes decisivos, como decía Hannah Arendt, las palabras y los actos de los hombres podrían dar esplendor a la vida. Es en ese encuentro con la naturaleza y los demás humanos, donde la razón y la voluntad adquieren ese carácter ilusionante, esperanzado, para contribuir a una ARMONÍA fascinante entre los pedregales de las carecias y dificultades. El muestrario de los inconvenientes supone un desafío, la sombras recordadas lo ratifican.

Las opciones son permisivas. Una simple recapitulación que sirva de consuelo, una redención amable, o una losa castigadora; no pocas veces son elaboradas con alienación, por falseamiento de los hechos e incluso con aires demenciales. En la respuesta radica la sugestiva DIFERENCIACIÓN en busca de los mejores horizontes, sin renuncias precipitadas, abiertos a la esperanza.

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Basado en las microexpresiones faciales, sin que digas una sola palabra, está claro que la mirada lleva diferentes firmas emocionales. Las arrugas de expresión transmiten mucho más de lo que imaginas y la mayoría de las veces, quienes conviven contigo suelen decir que te conocen.

 
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