Hoy la información sufre una hipertrofia en las redes sociales, que permiten a todo ciudadano intervenir en la configuración de la opinión pública, aunque no sea “profesional” de la comunicación. Muy en concreto, reproducen demasiadas cosas no contrastadas: los repetidores son agentes de la nefasta murmuración, porque desconocen una exigencia ética clásica muy bien resumida en un conocido catecismo del siglo XVI, que implica no escuchar la maledicencia: “los que dan oídos a los que hablan mal, o los que siembran discordias entre los amigos, son detractores. / Y no están excluidos del número y de la culpa de semejantes hombres los que, dando oídos a los que deprimen e infaman, no reprenden a los detractores, antes bien con gusto asienten con ellos. Pues como afirman San Jerónimo y San Bernardo, es difícil saber quién es más perjudicial: el que infama o el que oye al infamante; porque no habría quien infamase, sino hubiera quien oyese a los que quitan la fama"; y continúa hablando de chismosos y correveidiles..., que tanto abundan hoy, por desgracia, gracias a los impresionantes avances técnicos.
Mi gran deseo –utópico- es que cada uno defienda sus creencias y opiniones con libertad, pero también con máximo respeto a quien piense lo contrario. No “vale todo”, excepto la dignidad de la persona. Y, desde luego, el “malo” no es el “otro”, denigrado con caricaturizaciones estereotipadas y falsas de sus posiciones, o simplemente machacado con la presentación insidiosa de hechos reales de su vida, a veces, incluso, sin añadir rectificaciones personales, porque son demasiado antiguos… Los países más orientales de Europa no acaban de superar las graves heridas de la mentira comunista, tan detalladamente descrita por François Furet. Pero discurren por el mismo camino –aunque no sean tan letales físicamente- los fautores de los diversos extremismos que circulan por la redes.
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