SE BAUTIZÓ concentración "Basta de Invasión", y atrajo a miles de manifestantes hasta la escalinata de la Cámara del Estado el sábado. Escandalizada por la propuesta del Gobernador Deval Patrick de que Massachusetts acoja parte de los inmigrantes menores de edad llegados desde América Central hasta la frontera en cada vez mayor número, la multitud coreaba: "¡Que se vayan a su país! ¡Que se vayan a su país!".
En la manifestación "Basta de Invasión" de Beacon Hill, los manifestantes exigieron la deportación de los inmigrantes menores de edad llegados a la frontera estadounidense con México solos.
Massachusetts puede ser un fortín de la izquierda Demócrata, pero estos manifestantes no son ningún fenómeno aislado. Según el último sondeo encargado por el Boston Globe, el 43% de los votantes de Massachusetts, un amplio surtido, dicen que los menores deben ser deportados. De igual manera, el 43% es contrario a la oferta del Gobernador Patrick de acoger de manera temporal a un millar de inmigrantes jóvenes en una base aérea del estado. Preguntados si debe destinarse algún recurso del Estado a la atención a los menores, el 57% de los encuestados respondía negativamente.
Buena parte de la retórica en la manifestación de Beacon Hill fue descabellada. "Nuestro gobierno no diferencia entre el ciudadano amante de la libertad que respeta la ley y paga sus impuestos, y los inmigrantes que vulneran la ley", decía Mark Fisher, el conservador del movimiento de protesta fiscal Tea Party que se postula por la candidatura Republicana a la gobernación. El locutor Jeff Kuhner se despachaba contra "estos maleantes de la sede de la gobernación y el Despacho Oval", que quieren "convertir Massachusetts en Mexi-chusetts" y a Estados Unidos en "una república bananera socialista del Tercer Mundo".
Pero si bien las intervenciones fueron exageradas, no hay motivos para cuestionar la sinceridad o el patriotismo de los manifestantes. Jalearon mientras los ponentes invocaban los sacrificios de las generaciones previas de estadounidenses, y finalizaron la concentración con el himno "Dios bendiga a América".
Deténgase en la ironía: El compositor del himno "Dios bendiga a América" es Irving Berlin, llegado a América a los cinco años de edad cuando su familia, por entonces los Baline, huían de Rusia en 1893 para escapar de los pogromos contra su vida. Siendo adulto, Berlin no tenía recuerdos de su primera infancia en Rusia, exceptuando el terrorífico ataque que empujó a emigrar a sus padres. Según su biógrafo, Berlin recordaba haber estado "tumbado sobre una manta en la cuneta, contemplando su domicilio arder. Para cuando salió el sol, la casa había quedado reducida a cenizas". Los Baline, como cientos de miles de inmigrantes más que huían de algunos de los lugares más peligrosos del mundo, llegaron en masa a Estados Unidos, cuyas puertas estaban abiertas de par en par, como estuvieron hasta los años 20.
"Dios bendiga a América", compuesto originalmente en 1918, es el himno de amor de un inmigrante a su país de adopción, de un antiguo refugiado menor de edad que nunca había dejado de estar agradecido al refugio que América le había proporcionado. ¿Qué habría pensado Berlin de los manifestantes de 2014, que interpretaban esa canción mientras exigían la expulsión de otros menores desesperados que acuden en masa a América desde otras patrias peligrosas?
Mi conjetura es que se habría inquietado, pero no sorprendido. Las opiniones nativistas o contrarias a la inmigración siempre han tenido seguimiento en América, y las exposiciones a favor de impedir el acceso a los extranjeros no han cambiado mucho desde los tiempos de Berlin. "Si tenemos en alguna estima el bienestar social, los salarios o el estándar de vida de los obreros estadounidenses, debemos adoptar medidas inmediatas encaminadas a limitar la inmigración extranjera", arengaba en 1896 el Senador por Massachusetts Henry Cabot. "Reviste un peligro preocupante para el peón estadounidense el flujo de mano de obra de baja cualificación, ignorante y sin homologar que ha llegado en masa a este país... Las puertas que admiten a los hombres en Estados Unidos y a la regularización… deben de dejar de estar desprotegidas".
Lodge y los demás nativistas de los años 80 y 90 del siglo XIX advertían que las olas de inmigrantes amenazaban no sólo la prosperidad americana, sino también a la democracia, la independencia y la moralidad norteamericanas. De haberse impuesto, no habríamos tenido a Irving Berlin ni el "Dios bendiga a América". Y, es seguro dar por sentado, muchos manifestantes de Beacon Hill que coreaban "¡Que se vayan a su casa!" tampoco habrían conocido la vida en América.
Irving Berlin, que vino a Estados Unidos siendo refugiado menor de edad, compuso el "Dios bendiga a América" como tema de amor a su país de adopción.
Los detractores de la inmigración hoy afirman en ocasiones oponerse a los inmigrantes "irregulares" exclusivamente, diferenciación curiosa que no existe en la mayor parte de la historia norteamericana. O dicen poner reparos solamente al gasto en servicios públicos y ayudas sociales inducido por la inmigración, o a que las fronteras nacionales no estén blindadas, o que los inmigrantes se niegan a integrarse. O culpan a gobiernos extranjeros de exportar a Estados Unidos lo mejor de cada casa. O afirman, sin sentido, que América ya tiene gente suficiente, y que no puede asilar a todo hijo de vecino.
Pero lo mismo, más o menos, era proferido por generaciones previas de nativistas de hace 50 ó 100 ó 150 años. Por entonces se decía de los inmigrantes de China, de Italia o de Rusia. Ahora se dice de los procedentes de Honduras, Guatemala o El Salvador. "¡Basta de Invasión!", exigen los manifestantes. Lo que dicen realmente es: Nosotros llegamos aquí primero, y los vuestros sobran.
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