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Requiem por una iglesia

San Martín de Tours, en Frómista, amenazada por la especulación urbanística
Luis del Palacio
jueves, 11 de septiembre de 2014, 06:30 h (CET)
En muy poco tiempo, y si las autoridades competentes no lo remedian, se habrá perpetrado una de las aberraciones más escandalosas de los últimos tiempos contra el patrimonio histórico de nuestro país, en pleno Camino de Santiago. La víctima se trata esta vez de la iglesia de San Martín de Tours, uno de los hitos de la Ruta Jacobea, situada en esta localidad de Tierra de Campos.

Palencia alberga algunos de los ejemplos más finos del románico europeo y la iglesia de San Martín de Frómista (cuya planta original data del siglo X) fue declarada monumento nacional en 1894, lo que ha contribuido a que desde hace más de un siglo su conservación esté asegurada… dentro de lo que cabe. Por desgracia no les ocurre lo propio a otros edificios de gran interés histórico y artístico (la mayoría, de hecho) que nunca obtuvieron esta calificación. A mi memoria vienen dos de los cientos de ejemplos que se pueden poner: la iglesia parroquial de Mazarulleque, en la provincia de Cuenca, y el Palacio de los Acevedos, en Hoznayo (Cantabria).

En el caso de San Martín de Tours, no se trata de que la iglesia esté amenazada por la ruina o el abandono, como en los otros casos que he citado, sino por un disparate urbanístico: a escasos metros del templo se está construyendo un aberrante mamotreto de hierro y hormigón que romperá para siempre la armonía estética del lugar. Otra prueba más del culto al mal gusto y de la falta de respeto por los lugares históricos.

Y es que la especulación urbanística unida a la desidia, cuando no al mal hacer de algunos políticos, está literalmente destrozando enclaves que habían permanecido casi intactos durante muchos siglos. La década de los ochenta y noventa fue la época en que se construyeron por doquier espantosos auditorios de música, como los de Santander y Cuenca, donde no se respetó ni poco ni mucho el llamado “impacto ambiental” o “visual” (en el caso cántabro, la mole destrozó para siempre la vista de la ciudad desde la bahía. En el conquense, la bella Hoz del Huécar se vio afectada por la construcción de un mamotreto similar) No voy a citar más casos, pero a buen seguro cada uno de los lectores de esta líneas podría aportar su ejemplo concreto.

Está claro que cualquier ley que trate de preservar el patrimonio artístico, histórico o paisajístico de nuestro país, habrá de toparse con otra ley de “mucho mayor rango” y, sobre todo, incomparablemente más implacable: la de los intereses creados de unos cuantos que se saltan a la torera cualquier cosa; para los que nada es suficientemente intocable salvo su propio beneficio.

Todavía estamos a tiempo de evitar que la iglesia de San Martín de Tours, en Frómista, sea engullida por unas construcciones cuya fealdad y anacronismo sólo serían equiparables a la necedad o la indecencia de los que las permiten.

Una buena ocasión para mostrar la repulsa ciudadana.

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