Como hace años me explicó el inolvidable Miguel de la Quadra-Salcedo, sentir el peso de un libro en las manos, notar el olor peculiar al abrir sus páginas, hojearlo antes de acometer la lectura, forma parte de un ritual sin palabras que preludia una aventura que nos llevará durante horas y días a un mundo distinto que, en principio, nos es ajeno, pero que poco a poco iremos incorporando hasta hacerlo nuestro. La novela -la buena novela- reúne, frente a otros géneros literarios, con excepción de la poesía, todos los ingredientes para que parte de nuestro ser se sumerja en una historia, haciéndonos partícipes de ella; creando algo parecido a lo que Unamuno llamó “intrahistoria”: un reflejo, algo que suena dentro de nosotros como esas segundas cuerdas de las viejas violas, que vibran por simpatía, sin que el arco las roce.
He leído Tiempos de esperanza, la última y aclamada novela de Emilio Lara, con la que obtuvo en 2019 el Premio Edhasa de Narrativa Histórica, dejándome llevar por el deleite de descubrir un mundo muy lejano en el tiempo (la Europa de siglo XIII) recreándome en la descripción de una trama y unos personajes que actúan en torno o en paralelo a un hilo conductor: la llamada “Cruzada de los Niños”, el proyecto de un visionario, una “aventura equinoccial” que no tuvo lugar como la de Lope de Aguirre por las selvas amazónicas, sino geográficamente muy cerca de nosotros.
Esteban, un pastorcillo, cree ser depositario de una revelación divina que lo impulsa a formar una cruzada para rescatar los Santos Lugares. Con fe inquebrantable en la misión que le ha sido encomendada, logra vencer el escepticismo y la oposición de las autoridades eclesiásticas y civiles y la del propio monarca y aglutina en torno de sí a una masa ingente, compuesta en su mayoría de niños y niñas que van agregándose por cientos en su avance desde París a la costa mediterránea, lugar en el que, según afirma, se operará un milagro que les hará alcanzar Jerusalén. El autor hace discurrir varias tramas paralelas que componen un todo dinámico en el que intervienen personajes decisivos: los tres niños, Juan, Philipe y Pierre, unidos en la adversidad; Raquel y Esther, víctimas del odio a los judíos, en pos de la libertad y el amor perdido o no hallado aún ; Francesco, un joven sacerdote que no se conforma con ascender dentro de la curia vaticana y que, en su intrépida lucha por dar un sentido noble a su vida, acudirá en ayuda de los desamparados niños de la cruzada y en el camino hallará un amor único, acaso imposible, pero inolvidable.
Otros personajes, como el del “abuelito”y su oculto secreto, el rufián Baltasar o el de Jehuda Halevy???, el viejo médico judío que atenderá de manera totalmente abnegada a decenas y decenas de niños depauperados y enfermos tras la larga marcha hasta Marsella, forman parte de ese mosaico activo que es la novela, en el que cada elemento, por pequeño que sea, desempeña un papel sustancial en la trama. El de Giuliana???? Es uno de los caracteres mejor dibujados en la ficción. Representa ese ideal del “eterno femenino” aliado con la inteligencia, la belleza y la sensibilidad; alguien que, como Ipatia, Safo, Eloisa o Hildergard von Bingen, simboliza los más altos valores de lo femenino frente a la impostura de lo que hoy se llama “feminismo”.
El autor crea y nos presenta con sutileza a los personajes de ficción. Hay una labor paciente y artesana en su descripción y en la manera de incardinarlos en el conjunto del relato, haciéndolos “creíbles”. Frente a ellos, los que sí tuvieron una existencia terrenal, los históricos, actúan como una suerte de contrapunto dramático: la vitalidad, el empuje y las esperanza de los que fueron imaginados, se enfrentan a la ambición, la intolerancia y el desconsuelo de los reales; siendo los más significativos, el Papa Inocencio III ¿?? Y el califa Al-Nasir ¡???. El primero, hierático en su soledad pontificial; el segundo, deseoso de domeñar a los cristianos, atormentado hasta el final por el deseo de superar las hazañas guerreras de su progenitor.
Creo que el buen lector, aquel que no consume libros sino que se deleita con ellos, disfruta cuando ha de acudir al diccionario cada vez que se topa con un término que no conoce. A mí me ha ocurrido varias veces durante la lectura de Tiempos de esperanza. No hay manierismo ni exceso, sino un afán por ofrecer al lector una obra bien acabada, en la que se emplean los términos y vocablos precisos en un contexto profundamente literario.
A lo largo de sus tres novelas publicadas (La cofradía de la Armada Invencible, El relojero de la Puerta del Sol y Tiempos de esperanza) Lara ha ido afianzando un estilo narrativo de gran calidad, que augura interesantes frutos y que mantiene expectantes a sus seguidores (entre los que, desde luego, me encuentro)
Este es un libro para leer ante la chimenea o, ahora que vendrá el buen tiempo, bajo la sombra de un frondoso árbol… porque ¿no es acaso la primavera un renacer, un tiempo de esperanza?
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