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Etiquetas | Ébola | Animales

#SalvemosaExcalibur

Porque en su destino habitas tú
Julio Ortega Fraile
jueves, 9 de octubre de 2014, 10:41 h (CET)

Cuando los llamados animalistas denunciamos casos de brutalidad con gatos, pongo por caso, nos achacan que nuestro espectro de empatía empieza justo después de nuestra especie y se acaba inmediatamente antes de llegar a ella. Olvidan, al decirlo, que la violencia con animales es un indicador tipificado (y tenido en cuenta en sistemas menos primitivos que el español), de posibles agresiones futuras a seres humanos. Pero de paso ignoran que un gato también es sujeto de derecho, como un río, el cuñado de mi vecina o un roble albar.



Cuando tratamos de impedir el asesinato de Excalibur, el perro de la enfermera contagiada, nos acusan de que nos importa más la vida del animal que la integridad de las personas. Parecen no recordar que los que ordenaron su ejecución son los mismos que, con su prepotencia y negligencia, han hecho posible que el virus del Ébola se haya instalado en organismos de ciudadanos que viven en España, que los verdugos del pobre can son los que lo trajeron y quienes hicieron que se propagase. Y al tiempo no sólo se saltan los protocolos de actuación y desoyen los consejos de expertos, sino que desperdician una oportunidad única de investigar sobre el verdadero riesgo de contaminación entre perros y humanos.


Pero venden a la opinión pública que en el primer caso los locos somos los animalistas porque vemos peligro donde según ellos no lo hay, y porque exigimos que, como en otros lugares se viene haciendo, ante casos de maltrato de animales se pongan en marcha dispositivos para prevenir repeticiones y conductas violentas con personas. En el segundo lo somos porque no vemos el peligro donde según los mismos sí existe, y porque demandamos que, como en muchos sitios con cuya modernidad nos gusta compararnos ocurre, aquí se cuente con instalaciones adecuadas para mantener a un animal bajo esa sospecha en condiciones y poder practicarle los análisis oportunos. Y con ganas de hacerlo, porque nadie me puede hacer creer que si están en disposición técnica de aislar a un señor no puedan hacer lo propio con un perro.


Da igual qué extremo de la indecencia de nuestros responsables sea el que escojamos para denunciar, si en él hay un animal al que queremos defender siempre nos acusarán de misantropía. Prefieren omitir que en medio de esas orillas habitan mujeres y hombres a los que nosotros nunca ignoramos, también víctimas potenciales o reales de esos crímenes que pertenecen a nuestra especie, la nuestra, recalco, porque resulta que cada vez que aseguran que el género humano nos importa una mierda, están afirmando que los animalistas somos tan masoquistas y estúpidos como para no preocuparnos por nosotros mismos. Al fin y al cabo, humanos.


Tengo la impresión de que detrás de esto no sólo hay una estrategia ya muy antigua y evidente de querer enfocar las críticas de la población hacia quienes protestamos para así poder seguir ellos delinquiendo legalmente (y a veces ilegalmente) aunque utilicen los verbos gobernar o gestionar, sino también un miedo cada vez mayor a lo que es una realidad incontestable: que el movimieno animalista está demostrando una capacidad de reacción en velocidad, número, fundamentación ética y científica y cobertura mediática que les aterra. Las últimas semanas han dado buena muestra de ello.


Cientos de miles de firmas en pocas horas, #SalvemosaExcalibur Trending Topic mundial, todos los medios de comunicación cubriendo la noticia, gente de renombre apoyando que no se matase al perro, concentraciones en diferentes lugares... Sí, yo también estaría muy asustado en su lugar. ¿Se imaginan las consecuencias cuando todos los ciudadanos dolidos por el cesarismo e incompetencia de nuestros gobernantes comprendan que las voces por los derechos de los animales incluyen a nuestra especie porque animales somos todos? Eso es lo que intentan evitar y por tal motivo quieren presentarnos como los que preferimos a un perro antes que a una persona, cuando la única verdad es que los que nos producen aversión son ellos porque entre su desidia, su soberbia, su egoísmo, su codicia, su despotismo y su ineptitud, resultan absolutamente letales para todos, humanos y no humanos, para todos excepto para su grupito de protegidos.


Y quien todavía los exculpe que recuerde que están acusando a la enfermera contagiada de mentir, como no pueden sacrificarla la denigran. ¿Se puede ser más miserables?


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