Dijo un pensador que una inteligencia superior se reconoce cuando es capaz de sostener dos ideas contrarias en la misma mente, y es lo que al parecer se manifiesta cuando algunos voceros de autoridades de América Latina pontifican sobre la cuestión del Sahara Occidental.
A pesar de las proclamas inflamadas de algunos de estos referentes políticos latinoamericanos, en la realidad las expresiones de deseos, gestos y palabras, no tienen acción consecuente.
Un ejemplo es el tema del fosfato del Sahara.
A lo largo de décadas, el Frente Polisario y los saharauis han apelado a todo tipo de campañas mediáticas para intentar evitar que Marruecos ejerza su legítima soberanía sobre su ancestral territorio del Sahara. En su afán de impedir que Marruecos venda los productos de un territorio que le pertenece, incluso han consumado atentados terroristas contra pesqueros y operarios de nacionalidad española, que quedaron impunes.
Pero a pesar de toda la propaganda que realizan contra Marruecos, en América Latina los países más importantes como Argentina, Brasil, Chile y Venezuela siguen comerciando con Marruecos ese producto ignorando el imaginario bloqueo comercial que los títeres de Argelia agrupados en el Frente Polisario pretenden imponer.
Una intensa campaña que se sabe dirigida por Ramatane Lamamra y la diplomacia argelina establece constante presión sobre Francia y España, endilgando a sus respectivos gobiernos la responsabilidad de apoyar el plan de autonomía propuesto por Marruecos para poner fin a este conflicto. Paralelamente atacan de manera deliberadamente violenta, el Consejo de Seguridad de la ONU, acusadolo de “complicidad” con Marruecos.
Las autoridades de Rabat han manifestado en numerosas ocasiones que este conflicto, heredado de la guerra fría, se resolverá el día que Argel lo desee y deje de maniobrar con sus marionetas en el Sahara marroquí.
Detrás de este escenario, aparecen las ONG y su profuso despliegue periodístico militante, que como en muchos conflictos a lo largo y ancho del mundo, se encargan de echar leña al fuego para soliviantar los ànimos y perpetuar una tragedia de fácil finiquito.
Estos usurpadores de la representatividad popular instalados en las llamadas ONG, son personajes que se eligen como miembros a sí mismos y, a pesar de contar con tan débil respaldo popular, reclaman la totalidad de la representación social y por ende, funciones, derechos y privilegios que corresponden a entidades legítimas.
Asì un abigarrado conglomerado de estos personajes reclaman la representación del pueblo español a través de minúsculos grupos y asociaciones que usualmente superan en número a la suma de sus miembros, y que dicen expresar solidaridad con el pueblo “saharaui”. Curiosamente, el líder “saharaui” instrumentado para tantos desmanes por Argelia, no es oriundo del Sahara y tiene a toda su familia viviendo en Marruecos sin sufrir represalia alguna.
Anécdotas aparte, quien algo conoce la historia africana sabe que Mauritania, el actual estado que toma la denominación de la antigua provincia el imperio romano en el Magreb, es una invención colonial, y que sus vastos desiertos estuvieron bajo la influencia de Marruecos por siglos. Dado que los límites reales del territorio de Marruecos alcanzaban el río Senegal, de ello se desprende que las tierras más del norte del Sahara eran también marroquíes.
Hacia 1700, fue el sultán marroquí Moulay lsmail quien designó a los gobernadores de Touat y Teghaza, y al emir de Trarza quien era uno de sus vasallos. Hacia finales del siglo XVIII la investidura de este emir seguía bajo la responsabilidad del sultán marroquí.
Las potencias coloniales aprovecharon la realidad que en el siglo XIX Marruecos había ingresado en un período de decadencia, y el poder de sus monarcas se encontraba debilitado. Francia sacó ventaja de esta situación; tomó parte del Sahara marroquí y lo anexó a Argelia. En los comienzos del siglo XX, esta tendencia se intensificó y España capturó todo el sur de Marruecos, desde Tarfaya en el norte hasta el territorio francés de Mauritania en el sur.
En realidad, es absurdo que los límites coloniales impuestos al desierto del Sahara ayer, por los conquistadores y esclavistas europeos, tengan que ser hoy respetados por países independientes como pretenden las raíces intelectuales de los argumentos “saharauis”. Si esto fuera lo razonable, en Sudamérica no deberían existir países como Paraguay, Uruguay o Bolivia, que deberían anexarse a la Argentina, pues todos ellos integraban el Virreinato del Rìo de la Plata en tiempos que eran dominios de España.
En fin, los argumentos para crear una estado fallido en el Sahara Occidental son tan absurdos como la lucha por la independencia de un territorio al que no pueden ingresar extranjeros si no son autorizados por el gobierno argelino, como hoy sucede en tierras “saharauis”.
Si como escribiera un pensador la lucha organizada y consciente emprendida por un pueblo colonizado para restablecer la soberanía de la nación constituye la manifestación más plenamente cultural que existe, simplemente deja de ser tal cuando descansa sobre la matriz colonial de sus mismos opresores. LAW
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