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​Las monjas

Se ha puesto de moda denostar la labor de las monjas y, a veces, acusarlas directamente de todas las maldades del pasado. Hoy quiero levantar una lanza en su defensa
Manuel Montes Cleries
miércoles, 8 de abril de 2020, 13:42 h (CET)
Los que somos mayores hemos tenido la oportunidad de comprobar la eficacia de las monjas en el campo de la educación, la sanidad y, sobre todo, la oración. Seguro que habrá algún caso de una mala praxis de su vocación. De eso hace muchos años. Si nos acercamos a algún convento nos encontramos con unas mujeres abnegadas, trabajadoras y alegres que rezuman amor y cercanía.


Tuve la oportunidad de conocer bastante bien a las monjas del hospital Civil malacitano. Eran fenomenales en su trabajo. Cuando algún espabilado decidió su marcha de la comunidad del hospital, tuvieron que volver a contratar a muchas de ellas. Recuerdo especialmente a una que cariñosamente llamaban “sor drácula”. Era “la jefa” de la consulta donde se efectuaba la donación de sangre. Cada dos meses aparecíamos por allí varios amigos donantes y pudimos observar que aquello funcionaba como un reloj.

Por circunstancias que no vienen al caso he permanecido muchos fines de semana en Villa San Pedro. Aquella casa la regentan las Misioneras Cruzadas de la Iglesia. Cuatro o cinco monjas muy mayores que se ocupan de alimentar y cuidar a los grupos que acuden allí en busca de un retiro espiritual. Apenas son visibles. Pero me constan que se preocupan y rezan a fondo por todos los que por allí pasamos.

He dejado para el final a las que considero más cercanas. Son dos comunidades que viven en clausura. La primera se encuentra en San Fernando. Son las Carmelitas Descalzas. Hace muchos años que las conozco. Cuando pasamos por allí mi amigo Andrés y yo, les pedimos audiencia, Nos reciben alborozadas. Toda la comunidad presente en el locutorio por detrás de la reja. No se como, pero conocen nuestras familias, nuestras vidas y milagros. Una de ella se encarga de rezar por mí especialmente. Y lo noto. Claro que lo noto. Ellas sueñan que la Iglesia reconozca la santidad de una hermana que pasó por allí a lo largo del siglo XX: La hermana Cristina. Está en proceso de beatificación. Ayer recibí un poema de una monja de aquella casa. En el mismo ruega a la hermana Cristina que interceda por nosotros en esta pandemia.

Finalmente quiero tener hoy muy presente a mis monjas del Atabal. Ellas pertenecen a la orden del Cister. El monasterio cisterciense de la Encarnación que anteriormente se encontraba en el centro de Málaga, y que ahora se encuentra en la falda de un monte del Puerto de la Torre. Hace muchos años que comparto con ellas la Eucaristía, las penas y las alegrías. Ya forman parte de nuestras vidas. Desde el silencio, la oración y el trabajo están muy pendientes de todos nosotros.

La mayoría de los conventos de Málaga están ocupados por pequeñas comunidades. Sus monjas están muy mayores. No las debemos dejar solas. Una llamada telefónica. Un correo animándolas o simplemente una oración por ellas y con ellas serían muy convenientes. Paz y bien. (Capilla Atabal)

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