Hace un año tuve el placer de entrevistar a Julio Anguita. Fue una conversación larga y distendida con motivo de la publicación de su libro “Contra la ceguera” (escrito en colaboración con el periodista Julio Flor).
El veterano político, coordinador general de Izquierda Unida durante muchos años, tiene esa rara cualidad de razonar las cosas que te cuenta sin que nunca dé la impresión de querer imponer su criterio. Sabe escuchar; observa; ha sacado sus conclusiones y te las transmite. Jamás aplica clichés ni latiguillos, no utiliza comodines porque nunca los ha necesitado. El sentido común, ese que ahora ha pasado a ser el menos común de los sentidos, es la norma no impuesta de su discurso, porque le viene de natural, cuando expone su particular manera de ver las cosas.
Y hace casi dosce meses, cuando presentaba su libro, ninguno sospechábamos que no pasarían más de seis hasta que una fuerza desconocida, surgida y larvada en el descontento general, arrasaría como un sunami en unas elecciones, las europeas, que, si bien no son sustanciales para la marcha del país, sí son un buen indicador de por dónde han de venir los tiros y de cómo piensan y, sobre todo, cómo sienten los ciudadanos. Ahora que tanto se habla de “inteligencia emocional” parece que ese forzado matrimonio (es mi opinión, mal que les pese a los partidarios del “coaching”) decidió tomarse un tiempo de separación y eligió precisamente el pasado 25 de mayo, día de las elecciones al Parlamento Europeo, para inciarlo. Desde entonces, me temo, han decidido prolongar esas vidas separadas: estamos en pleno auge de la emoción (o de lo emocional) en detrimento de la razón (o de lo razonable).
Podrá argüirse, desde luego, que no soy quién para marcar la línea entre lo que es razonable y no lo es; y, ante eso, humildemente inclino la cabeza. Sin embargo, lanzo dos preguntas al aire: ¿Cómo es posible que tantos millones de españoles decidan apoyar a una organización, Podemos, nacida de la nada; prefabricada en los platós de televisión y con un ideario cavernario que, de ganar, nos sometería a la renuncia de una buena parte de nuestras libertades democráticas? Y la segunda: ¿Han leído eso que llaman “su programa”?
Porque si lo leen verán que o bien gran parte de él es irrealizable (jubilación a los 60 años, renta de unos 2000 € para los ciudadanos por el hecho de serlo, no pagar la deuda externa etc.) o bien producen sudores frios los resabios neochavistas de algunas de sus propuestas (la última, rozando el surrealismo, consistiría en exigir que los futbolistas profesionales tengan una titulación académica de grado secundario) Por no mencionar la mordaza anunciada a los medios de comunicación.
Es una pena que se siga leyendo poco y que el contenido de un libro tan esclarecedor como “Contra la ceguera” no haya logrado impregnar más a fondo la epidermis de la opinión pública. El título dice mucho de lo que en él se nos cuenta y se nos advierte; y es que, una vez más, no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni ciego que el que no quiere ver.
Julio Anguita, político e intelectual, pragmático y emocional sin que esos atributos se le mezclen y tergivensen, sólo ha exigido al que fue su propio grupo o a cualquier otro partido que aspirara a gobernar, una cosa que él repite tres veces: “Programa, programa, programa”.
Algo de lo que Podemos carece.
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