El tsunami en todos los sentidos generado por la pandemia del Covid-19, ha sacado a flote la pertinencia de la pedagogía de la incertidumbre en días aciagos.
Acostumbrados a dirigir nuestra vida desde posturas que nos resuelvan las insondables lagunas provocadas por la infinitud de la realidad, enmudecemos al caer en cuenta que esa seguridad artificial está colgada con alfileres.
Y fue precisamente una pequeñísima amenaza invisible la que nos sacudió del estado mórbido que nos da seguridad. El Covid-19 cimbró nuestra falsa “normalidad”, al ver que los sistemas de salud de casi todo el mundo han sido desarticulados -unos más, otros menos- por políticas que han dejado al mercado la salud de las personas.
Por decirlo de otra manera, nos encontramos en una orfandad sanitaria mayúscula sujeta a los intereses de los grandes laboratorios, al desarropo en el que viven miles de investigadores independientes que se ven orillados a migrar de sus países de origen y a buscar el financiamiento de las potencias mundiales; así como a la exclusión, por no decir casi persecución, de la medicina milenaria.
Ante esto, el paradigma de las certezas se resquebraja.
Así como el cambio es lo único que no cambia, igual, la visión y la pedagogía de la incertidumbre es lo que nos puede dar piso firme en escenarios que varían de un momento a otro.
Es oportuno revalorar que lo único cierto es que el cambio seguirá siendo la constante y que debemos escoger de entre nuestros saberes y experiencias previas, aquellas que no nos aten al pasado, sino lo que permita construir un andamiaje flexible, moldeable, fluido e intercambiable con otras estructuras o formas de organización que puedan, de ser necesario, ser renunciables.
En el 2013 te compartí en mi artículo “Mon Laferte y el autodidactismo de la incertidumbre”, lo siguiente: “Según la analogía de Silvana Vignale en la pedagogía de la incertidumbre debe colocarse al ser humano en situaciones imprevisibles para que mental y emocionalmente le ubiquen en la orilla de profundos abismos; animándole y auxiliándole para que opte por lanzarse y así experimente el vértigo del viaje, la amenazante brisa del agua al fondo del acantilado y la alegría y temporal satisfacción de llegar a puerto seguro”.
Ni duda cabe que estamos en condiciones mundiales que nos han sacado de la comodidad.
Estamos en los tiempos de la incertidumbre.
Estamos en los días en que debemos aflorar todos aquellos que nos asumimos como autodidactas emanados de la pedagogía de la incertidumbre.
De esas arenas movedizas cuyo punto de flote es la esperanza.
Podemos no contar con todos los hilos de la madeja, pero lo que siempre no debemos ni podemos soltar es la confianza de que queremos y podemos de alguna manera llegar al otro lado de la acera.
No es una cuestión de motivación superficial, es la profunda convicción de que somos mucho más que lo meramente racional e intelectual. A propósito de todo esto, te comparto mi poema titulado “Pedagogía de la incertidumbre”:
Cuasi insondable, a priori incognoscible, como boca feroz te presentas, oscuro, sin fondo... voraz. Me achicas, me turbas, me haces dudar; los pasos seguros quedaron atrás, sobre cuerdas raquíticas camino ¿dónde está el fondo? Había olvidado caminar en la niebla, amnesia al valor del precipicio, fluido veloz, dinamia por mis venas: soy niño parido del río, soy otro a partir del abismo.
Es tiempo de la pedagogía de la incertidumbre, de quienes nos parimos en sus entrañas.
Vale la pena darse cuenta. Vale la pena intentarlo.
Te espero la próxima semana. Hasta entonces.
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