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Ecología

(El cuidado de la Casa Común no es un invento del Papa Francisco, sino un espaldarazo de calidad a tantas organizaciones que, dentro y fuera de la Iglesia, aman a Dios a través de la Creación)
Antonio Moya Somolinos
viernes, 5 de junio de 2020, 08:13 h (CET)

Hablar hoy de ecología no es nada extraño. Hace unos 30 ó 35 años, un amigo mío, armador de Adra, Almería, a quien algunos grupos ecologistas habían denunciado por entender estos que su actividad pesquera no era conforme a buenas prácticas medioambientales, se defendía en los medios de comunicación locales haciendo ver que sí respetaba el medio ambiente y daba por supuesto que todo el mundo lo respetaba. "Ecologistas somos todos", apostillaba.

No dudo de la buena fe de aquel amigo mío, pero creo que se equivocaba en su afirmación: en aquellos años no todo el mundo era ecologista, del mismo modo que, en mayor o menor medida, todos eran machistas si comparamos la mentalidad de aquellos años con la actual.

El mundo ha cambiado. Los parámetros de hace 35 años no son los de ahora, afortunadamente. Vamos viendo cada vez con mayor nitidez cosas que antes no veíamos debido a determinados condicionamientos culturales que, gracias a Dios, van desapareciendo de nuestro modo de vivir.

Si repasamos la Doctrina Social de la Iglesia en los años anteriores a la encíclica Laudato Si, advertimos claramente una laguna importante en el magisterio de la Iglesia. La ecología ha sido una asignatura pendiente que ha contribuido sobremanera a ese retraso vergonzoso que la Iglesia lleva respecto del mundo. Digo "vergonzoso" porque es una vergüenza propia que quienes somos testigos de la "buena nueva" nos hayamos quedado atrasados desde hace varios siglos ante otros que, sin ser cristianos y esgrimiendo valores netamente cristianos y evangélicos (libertad, igualdad, fraternidad), hayan dejado en evidencia a la Iglesia al poner esta bajo sospecha dichos valores y haberse aferrado a tradiciones que, más bien recuerdan a fariseos que al aire fresco de Jesucristo reafirmado en el vendaval de Pentecostés.

Los ecologistas de hace 30 ó 40 años eran vistos por la sociedad conservadora como elementos progres de izquierda que bajo capa de ecología pretendían derribar a los gobiernos de derechas. Incluso se llegó a decir que los ecologistas eran como los pimientos: primero son verdes, pero terminan poniéndose rojos.

Hasta la Laudato Si, las referencias a la ecología en el magisterio social de la Iglesia eran pocas y poco comprometidas.

La encíclica Laudato Si rompió, hace 5 años, de modo impetuoso, esa tradición timorata, y cogió por los cuernos - o por el mástil - una bandera que no puede ser más cristiana, en un documento que no puede ser más progresista, en un tema en el que nunca un líder mundial se ha comprometido tanto en este asunto. Era una anacronía que, siendo San Francisco de Asís uno de los mayores santos de la historia de la Iglesia (hay quien lo considera como quien más se ha parecido a Cristo en estos 21 siglos), la propia Iglesia no defendiera, como quien más, el cuidado de la Casa Común, del planeta, de la naturaleza en donde Dios nos ha puesto y en donde han de vivir - y disfrutar - las generaciones venideras.
Era una asignatura pendiente que, por fin, se ha aprobado con sobresaliente.

Con motivo de los cinco años de la encíclica, el Papa ha querido celebrar la Semana de la Laudato Si, como pórtico al día 5 de junio, Día Mundial del Medio Ambiente, en donde ha vuelto a incidir en una idea fundamental: que no hay dos crisis, ambiental y social, sino una única crisis, compleja, socioambiental, propia de un mundo globalizado e interconectado, en donde la ecología, para ser auténtica, debe ser "integral", incorporando las dimensiones humanas y sociales con el conjunto del planeta y con la naturaleza, emergiendo de nuevo el concepto de "bien común", ya clásico en la Doctrina Social de la Iglesia, como motor de cambio de desarrollo global, con consecuencias en la economía, en la política internacional y en muchas más áreas de importancia, tales como el cuidado de los más débiles, de los sin voz, de los "descartados", que son temas recurrentes en este magnífico pontificado que nos ha tocado vivir.

Esta encíclica es también un broche de oro a una labor callada de miles de misioneros que desde hace más de cien años vienen dejándose la vida en los países más pobres del planeta, el sur de Asia y el sur de África sobre todo, que son los que más sufren el descalabro antiecológico de la sociedad de consumo.

El cuidado de la Casa Común no es un invento del Papa Francisco, sino un espaldarazo de calidad a tantas organizaciones que, dentro y fuera de la Iglesia, aman a Dios a través de la Creación, y vuelcan sus esfuerzos en ayudar a los más desfavorecidos y menos industrializados.

Por citar una organización muy conocida, me referiré a Manos Unidas, ong de la Iglesia Católica española, que desde hace 61 años viene trabajando por una ecología integral y recaudando fondos para ayudar a esos hermanos nuestros que pasan hambre en el tercer mundo, 820 millones de hambrientos; dato que no puede dejar indiferente a todo aquel que tenga algo de corazón y valore lo que es la dignidad humana.

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