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​Competencias tecnológicas

Si la energía constante en las conexiones mantiene pulsado el botón de una carrera tecnológica cada vez más competitiva y realista, esta se automatiza automatizando y activa el desarrollo de cada país en diferentes formas
Augusto Manzanal Ciancaglini
jueves, 16 de julio de 2020, 08:18 h (CET)

Después de tanta ventaja absoluta estadounidense en el campo de la tecnología con monstruos como Apple, IBM, Facebook, Microsoft, Amazon o Alphabet, China, por medio de Huawei, podría lograr un gran triunfo en la carrera hacia el 5G y superar ampliamente las extraordinarias ganancias obtenidas por Estados Unidos con el 4G.

Sin embargo, Washington se empeña en la competencia tecnológica mediante restricciones para estrangular a Huawei. Además, la respuesta a la utilización de componentes estadounidenses por parte de las empresas chinas se hace reversible a través de la colaboración con la japonesa Rakuten Mobile, el primer operador completamente virtualizado del mundo. La alianza entre el único imperio global y el único nominal sigue vigente.

Asimismo, las sanciones empujan al Reino Unido a prohibir los equipos de Huawei en su red 5G: Londres apunta a la incapacidad de la compañía china para acceder a los chips estadounidenses. Tanto la sueca Ericsson como la finlandesa Nokia se frotan las manos y Washington respira con la satisfacción de haber ganado una partida crucial.

Otro ejemplo claro de esta competencia con sus diferentes propuestas se observa en la pugna por construir las computadoras más poderosas: el proyecto Top500, un ranking de las 500 supercomputadoras con mayor rendimiento del mundo, ha sido liderado por un ordenador estadounidense en 28 de las 51 ediciones, pero China ha empezado a acercarse a la cima y es el país que más aporta. Lo cierto es que las máquinas americanas no solo siguen siendo más potentes que las chinas, sino que la tecnología china en gran medida se nutre de la americana. Así pues, China ofrece cantidad y Estados Unidos calidad; el superordenador más potente del mundo, mientras tanto, está en Japón.


Estados Unidos siempre debe recordar que sus mecanismos y circuitos son autónomos dentro de una maquinaria abierta, se miden entre sí y electrifican a otros para alumbrarse hacia la máxima potencia. China, por su parte, ha de tener presente que las propulsiones del motor central suelen ser inicialmente imponentes hasta que terminan sobrecalentando y averiando el sistema; el generador estatal y la industriosa imitación no alcanzan para erigirse en el supremo referente galvanizador. En este sentido, la estrategia básica del Estado para evitar el falso contacto consiste en blindar los propios intereses e irradiar influencia.

Si la energía constante en las conexiones mantiene pulsado el botón de una carrera tecnológica cada vez más competitiva y realista, esta se automatiza automatizando y activa el desarrollo de cada país en diferentes formas: Japón, entre la cúspide tecnológica y la supeditación geopolítica, es uno de los actores recurrentes de esta dinámica.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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