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Nuestras continuas malas prácticas

“La obsesión por un estilo de vida consumista nos ha devorado el corazón”
Víctor Corcoba
viernes, 17 de julio de 2020, 08:27 h (CET)

Todo depende de todo, hasta nuestra propia energía está en manos de la salud del planeta; por cierto, bastante aquejado de nuestro modo de actuar. Lo nefasto es que aún no enmendemos la locura que nos demuele. Proseguimos destruyendo la diversidad biológica, echando abajo los bosques naturales, contaminando las aguas, el suelo y el aire, arruinando zonas húmedas, después de tantos años advirtiéndonoslo la propia naturaleza a través del cambio climático.

Este proceder, es un signo de inhumanidad y de pérdida del sentido responsable por el entorno y por nuestros análogos sobre el cual se funda toda sociedad civil. El egoísmo humano nos desborda, nuestra casa común nos pide ayuda, y nos hacemos los sordos. La necedad y el interés nos han vuelto irracionales. Realmente, causa pavor observar en algunos dirigentes la aberración más arcaica, revestida de gestos violentos, que nos dejan sin palabras. Siembran continuamente engaños y se quedan tan impasibles como una piedra en el camino. Así se conjuga, una vez más, la pérdida del sentido de la convivencia a vivir y dejar vivir. Mal que nos pese esta es la triste realidad, que no es otra que una compleja crisis socio-humana-ambiental. La obsesión por un estilo de vida consumista nos ha devorado el corazón. Desde luego, hemos de apostar por otra continuidad viviente, tal vez la de un morar más en el verso y en la de un desvivirse por vivir haciendo familia.

En consecuencia, tenemos que despertar y salir de esta jaula de dominadores corruptos. No hay desarrollo con exclusión, ni espíritu democrático sin libertades; y, mucho menos aún, justicia con ausencia de equidad. De lo contrario, retrocederemos en el andar y nuestra obligación es ir siempre hacia adelante. Cada cual tiene el deber y también el derecho de hacer la solidaria contribución de su paso por la tierra. Nuestro referente está en aquellos progenitores que dedicaron sus vidas a enderezar caminos, con sus buenas prácticas al servicio de la humanidad. Nadie puede vivir armónicamente, mientras cohabite en nosotros la pasividad ante la injusticia de un mundo tan desigual. No olvidemos que el futuro de la humanidad depende del encuentro entre las gentes, al menos para desenmascarar y rechazar esos poderes mundanos convertidos en el mayor negocio, en lugar de ser servidores y justos guías. Toda la sociedad, y de manera especial los gobiernos de los Estados, tienen la obligación de propiciar los caminos del diálogo, donde todas las voces cuenten lo mismo, y así podamos salir de la espiral autodestructiva en la que nos estamos ahogando.

Por consiguiente, hay que tomar otras prácticas, cuando menos más justas y humanas. Nos merecemos un cambio de mentalidad y de modos de obrar, un pequeño esfuerzo de todos trabajando juntos por hacernos respetar, ante el actual modelo de avance que privilegia a unos pocos y elimina a otros. Este ambiente humano, injusto a más no poder; así como el ambiente natural degradado como jamás, requiere con urgencia otros estímulos, en los que prevalezca el bien colectivo y el equilibrio originario, que es lo que verdaderamente nos armoniza. Creo que debemos ocuparnos y preocuparnos mucho más por defender la igual dignidad entre los seres humanos. Todo está conectado. Y no es de recibo que algunos ciudadanos no tengan posibilidades reales de superación, mientras otros como si realmente hubieran nacido con mayores derechos, ni siquiera saben qué hacer con lo que tienen.

Lo suyo es tender hacia una universalidad que nos aglutine a toda la especie hacia otras prácticas, y la dirección adecuada será que se invierta en salud, con especial hincapié en la capacidad de los seres humanos para adaptarse positivamente a las situaciones adversas, en educación, en protección social y servicios básicos como agua potable y saneamiento. Sea como fuere, la humanidad no puede sobrevivir descartando, deshumanizándose y degradando su propio hábitat, ha de tomar otro espíritu más veraz y responsable, de actuación siempre conjunta y con la consideración a todos los pueblos y a toda la vida del planeta. Acaso, sea saludable un mayor hacer de las culturas para reconstruir ese mundo cooperante, máxime en un momento de tantas dificultades con la pandemia del coronavirus, con la pérdida de millones de empleos, que se traducen en la mayor caída de los ingresos per cápita desde 1870. En todo caso, de continuar con las malas prácticas del instinto avasallador, con la perdida de toda ética, va a ser difícil utilizar lo conseguido hasta ahora con acierto, probablemente porque el inmenso crecimiento de estos años anteriores no estuvo acompañado de un avance de la ciudadanía en sensatez, valores y conciencia. 

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

El nombramiento de Teresa Ribera huele que apesta, aunque el Partido Popular y el Gobierno han escenificado perfectamente su falso enfrentamiento. Dicen en mi tierra que entre hienas no se muerden cuando no conviene o, si lo prefieren, entre bomberos no se pisan la manguera. El caso es que el Gobierno y sus socios ya celebran por todo lo alto ese inútil e inesperado nombramiento.

 
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