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Manteles rojos y perchas que gritan. Conciencias sordas y blancas

Morir ejecutados las mañanas de noches de paz y noches de amor
Julio Ortega Fraile
domingo, 28 de diciembre de 2014, 12:53 h (CET)
Cuando se calle el último villancico,
al apagarse la última bombilla que parpadea en rojo, verde o azul,
tras el silencio que sigue a la última felicitación,
apurado el último trago del último brindis y desenvuelto el último regalo,
más allá del último décimo del niño hecho pedazos sobre los trozos de aquel otro que nunca fue gordo de navidad,
después del último feliz nochebuena, del último próspero año nuevo y del último qué bien se han portado los reyes,
de la última de las risas y de la última de las lágrimas,
del último beso,
del último abrazo, después…
Lo que permanecen son las mismas injusticias.

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No en todos y no por culpa de todos. No sé por la de cuántos, no sé si por la de muchos o la de pocos, supongo que por culpa de los suficientes, pero las injusticias resisten junto al mismo egoísmo y la misma estupidez que existían antes del primero, aunque probablemente ahora con más banalidad a cuestas y seguro que con más hipocresía.

No quedan exactamente las mismas víctimas pero sí son las de siempre e idéntico su miedo y su dolor.

No son justo las mismas porque algunas fueron ejecutadas durante estas dos semanas, y digo que están las de siempre porque otras nuevas vinieron a ocupar su lugar y ellas serán las siguientes.

Para todos los seres padecer dolor sólo obedece a su sistema nervioso, para algunos que les maten sólo es cuestión de su especie, y que eso les ocurra antes o después sólo es función de cuánto tiempo tarden en alcanzar el peso o tamaño ideal para ser asfixiados, degollados, electrocutados, hervidos vivos o desollados.

La cifra de asesinados depende de la fecha de que se trate. Hay algunas con una demanda mucho mayor de langosta, de ternasco o de bolsos de piel, y estos catorce días vienen con hambre de banquetes, ropa y complementos. Desfile de cadáveres en el supermercado, en la planta de moda o en el mercadillo, aunque despellejados, hechos filetes, lavados, curtidos o tintados ya no lo parezcan tanto. Por eso los mataderos o las granjas tienen muros tan altos e inexpugnables y los mostradores de las carnicerías o las estanterías de los outlet son tan ergonómicas y accesibles.

Cuando la magia de la navidad no sea únicamente para los que pueden comprenderla o celebrarla, y cuando los deseos de paz y amor no queden circunscritos a la especie que la inventó yo recuperaré mi espíritu navideño infantil, pero hasta entonces no perderé el espíritu crítico de un adulto que cree que otras pautas de consumo son posibles porque otra ética es necesaria.

Ya no queremos sentar a un pobre a nuestra mesa el 24 de diciembre, lo que deseamos es que no haya pobres. Bienvenidos el progreso moral con una pata, sólo nos falta sacar la otra del fango y no poner encima ni debajo de esa mesa criaturas que sufrieron de modo espantoso para que pudiéramos echar sus pedazos dentro de nuestra boca o meter nuestros pies dentro de su piel.

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