Está visto que nadie puede actuar por sí mismo y que el donarse es una manera de crecerse como especie y de revivirse como linaje. Hoy más que nunca requerimos de ese capital humano, cuando menos para incrementar la confianza en los semejantes, y poder eliminar las barreras sociales que nos impiden crear cohesión y aminorar desigualdades. Sin duda, son las acciones comunitarias, las que nos hacen mejorar y aumentar este soplo copartícipe de responsabilidad grupal. Por consiguiente, si uno de los propósitos fundamentales de Naciones Unidas es realizar la cooperación internacional en la solución de problemas mundiales de carácter económico, social, cultural o humanitario, es de justicia también que los gobiernos no puedan actuar solos, y hasta el mismo voluntariado personal cohabite en esa concienciación de entrega, en forma de ayuda humanitaria, ante la dificultad de los muchos desafíos que se nos vienen presentando por los diversos rincones del planeta. Precisamente, en reconocimiento del papel de la caridad a la hora de mitigar el sufrimiento humano, la Asamblea General de las Naciones Unidas, decidió designar el cinco de septiembre como Día Internacional de la Beneficencia. La fecha fue elegida para conmemorar el aniversario del fallecimiento de la Madre Teresa de Calcuta, quien recibió el Premio Nobel de la Paz en 1979 por su constante y persistente donación en la lucha contra la injusticia, la indigencia y la misma angustia que se clava en el alma, al sentirse cada cual, marginado por tu misma estirpe. Ojalá aprendamos, más pronto que tarde, a reconciliarnos unos con otros; a través de un aliento generoso, no limosnero, sino desprendido, que la manera de ofrecerse vale más que lo que se ofrece.
Las huellas dejadas por Madre Teresa de Calcuta, entregada en cuerpo y alma a la caridad durante toda su vida, ejerciendo su ministerio del abrazo permanente a los más débiles, compartiendo lágrimas con los pobres, enfermos, huérfanos y moribundos, han de servirnos para poder hermanarnos más y tener más comprensión entre sí. Todo no lo es el dinero, también puede donarse algo tan escaso como el tiempo, acompañando a esas personas solas, conduciéndolas y reconduciéndolas, asistiéndoles en su debilidad, visitándoles y poniéndonos a su servicio.
Dejémonos contagiar por ese espíritu solidario de amor y cesión. Hacerlo es siempre algo que vale la pena llevarlo a buen término. Quizás nos sea saludable, tomar un tiempo para mirar a nuestro alrededor, y ver el modo de contribuir a mejorarlo, pues sin humanidad estaremos siempre insatisfechos. A veces es cuestión de cercanía, hay personas que están atrapadas en momentos de dificultad, que todo les desborda, necesitan fortalecerse junto a alguien, para que ese ciclo negativo no les impida regresar a ese cambio positivo en sus propias existencias. Con la pandemia todo se ha agravado, y aunque es importante no descuidarse de uno mismo, también es fundamental para nuestro propio ánimo acercarnos a los demás y extenderles una mano si en verdad eres capaz de hacerlo. Desde luego, hay que evitar retroceder en el progreso hacia la igualdad de género, mejorando las brechas salariales, aumentando las medidas de protección social hacia aquellos que ciertamente lo necesiten, pues por principio humano las personas, todas ellas en su conjunto, se merecen su derecho al bienestar y a un nivel de vida digna.
Desde luego, necesitamos ser más justos, con nuestro misma genealogía, ya que resulta doliente verificar que en el mundo actual las posibilidades de llevar una vida sin miseria y en plena dignidad humana dependen más de las circunstancias de donde nacemos que de nuestros méritos y capacidades congénitas. Por eso, el tomar una actitud de donación es una esperanza en un momento de tantas dificultades como el que vivimos, esto ha de servirnos para trabajar más y mejor por el bien de todos, la defensa de nuestra humanidad y los valores compartidos. El referente de Madre Teresa de Calcuta, puede ayudarnos a tomar la orientación debida, en esa incondicional transmisión de uno mismo, puesto que como ella decía, la paz comienza sembrando una sonrisa, adjudicando el corazón en vez de lo sobrante, y amando siempre hasta que te duela, que esto es buena señal, de que uno no se posee, sino que se dona. Ya en su tiempo, justamente, nos recordaba que la mayor enfermedad hoy día no es la lepra ni la tuberculosis, ahora diríamos la pandemia, sino más bien el sentirse no querido, no cuidado y abandonado por todos. ¿Qué podemos esperar de una humanidad insensible, que le cuesta llevar a un bien público mundial, una vacuna contra el COVID-19?. La respuesta a este interrogante lo acaba de dilucidar el Secretario General de las Naciones Unidas, advirtiendo al mundo, que la pandemia del coronavirus es algo más que una crisis sanitaria mundial, es un punto de inflexión para la paz y la seguridad internacionales y vuelve a poner en primer plano los desafíos geopolíticos y las graves amenazas a la seguridad. Bajo este clima de enfrentamientos, de falta de claridad para que se produzca esa verdadera unión y solidaridad mundial, resulta imposible la subsistencia hasta del propio pelaje. Sea como fuere, el mundo no puede proseguir por más tiempo en esa fase volátil e inestable, requiere de otra estabilidad, y a ello, podemos contribuir cada ser humano, en mayor o en menor medida, porque aunque no podamos hacer grandes cosas, sí que podemos hacer cosas pequeñas con un gran amor; sabiendo que, con ese auténtico amar en donación, tenemos el mejor reconstituyente de toda existencia.
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