Quizás estamos viviendo la etapa más difícil de los últimos cincuenta años y, con seguridad, la más dura de este siglo. La humanidad la soporta con cierta displicencia y un escaso respeto. Los mayores, por el hecho de ser personas de riesgo, la vivimos con temor y una notable dosis de desconcierto.
Se nos han cerrado muchas puertas. Los centros de mayores, las peñas o los lugares de culto, nos son vedados por el temor al contagio. Se nos dificultan los encuentros y conversaciones habituales. Nada de dominó, ni tertulias, ni de cafecito en compañía. Esta es “la nueva normalidad”.
En los trabajos de voluntariado se nos ha invitado cortésmente a apartarnos de los mismos, por temor a “nuestra preocupante salud”. Tampoco podemos recibir ni visitar a nuestros hijos y nietos. Ahora han descubierto que el foco más peligroso de contagio se encuentra en los encuentros familiares. Ni siquiera nos queda el consuelo de visitar a nuestro médico de cabecera. Si tenemos suerte nos receta analgésicos telefónicamente.
¿Qué nos queda? El teléfono, las video-conferencias, el WhatsApp, el ajo y el agua… O el resetear nuestra mente y buscarnos nuevas alternativas. Yo les recomiendo leer y escribir. En el orden que les parezca. Esto nos hace reconvertirnos en “El segmento de papel”. Este se basa en mirar hacia nuestro interior. Es muy bueno meditar. Y posteriormente plasmar nuestros pensamientos en el folio o en la memoria del ordenador. Veremos aflorar nuestros recuerdos, recuperar sentimientos y valorar la maravillosa vida que hemos recorrido. Finalmente, planificar la que nos queda por realizar.
A lo largo de estos meses, en los que nos han sobrado tiempo y ocasiones para pensar, hemos tenido la oportunidad de adaptarnos a esta nueva situación -que no nos gusta demasiado- y plantear una estrategia para el largo periodo que aun nos falta para recobrar la “antigua normalidad”. La vida de ahora no tiene nada de normal.
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