La poesía tiene un encanto que está a la vista de todos, tiene una especie de maleabilidad que de un momento a otro puede cobrar formas infinitas; en esa cualidad de transformación, la poesía es coraza en la adversidad.
No es sólo una cuestión recursiva, la poesía –justo es decir, por extensión, que todas las artes- tiene una dinamia que da fortaleza, valor y vida.
En tiempos del Covid-19 muchos lo hemos experimentado. Yo soy uno de ellos.
Todas las noches de transmisiones de #Poesíaalasocho o #Poesíaalasdiez empiezo diciendo:
“Aquí estamos en #Poesíaalasdiez poniéndole el pecho a lo que venga, acorazados con la poesía transitamos los días aciagos del Covid-19”.
Esas palabras son mucho más que una frase hecha o una simple entrada que da pie a lo que sigue.
Para mí es una proclama, una declaratoria estoica cargada de temple y resiliencia cimentada en el valor de la palabra y la infinitud del Logos.
Es asumir las bondades de la poesía e imaginar que se trata de una especie de exoesqueleto extremadamente sofisticado que facilita tocar la intimidad de las personas y la propia.
Nanotecnología que es vehículo para adentrarse en los mundos sutiles y ahí enhebrar poco a poco esa película que pasa inadvertida, pero que, de ser necesario, aflora la consistencia de la fragilidad, que es pilar y contención para no derivar en nuestra parte salvaje y bestial.
Es poner a salvo el pecho, el corazón, el cerebro, la mente y lo que somos gracias al caparazón poético que recuerda la vestimenta de Hércules con la piel del León de Nemea.
Adoptar el ejercicio poético como convicción profunda, trascendiendo con ello la lírica, es sumergirse en el océano de la filosofía y responder las profundas interrogantes que dan sentido a la existencia.
Siendo conscientes de la potencia que radica en la poesía, es entendible el valor social e individual de ésta.
Terreno fértil a la recreación, a la introspección, a la meditación, para ascender y descender por la escalera que une lo de arriba con lo de abajo.
Armadura que vincula al poeta con la actitud decidida, soñadora y atrevida del Quijote, que en palabras de León Felipe se oye así:
“Por la manchega llanura
se vuelve a ver la figura de don quijote pasar".
“Y ahora ociosa y abollada va en el rucio la armadura, y va ocioso el caballero, sin peto y sin espaldar, va cargado de amargura, que allá encontró sepultura su amoroso batallar”.
En ese sentido me pregunto: ¿qué sería de mí sin esta armadura poética que a cada rato protege mi cuerpo, mi mente y todo mi ser?
Me compromete experimentar y saber todo esto, mientras miles deambulan apaleados por la adversidad sin oasis al cual asirse y poner certeza a su andar.
Soy un afortunado, un bendecido, por estar haciendo frente a días aciagos con un pecho acorazado de poesía, ¿o no?
Nos vemos en mi próxima entrega. Hasta entonces.
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