La fiesta de Todos los Santos y el Día de los Difuntos han conservado en el costumbrismo toda una serie de celebraciones, elementos y ritos que provienen de sistemas de creencias anteriores al cristianismo.
El camino que conduce a la Iglesia Católica a celebrar la Fiesta de Todos los Santos se remonta a principios del siglo VI cuando el papa Bonifacio IV convirtió el templo del Panteón en Roma que estaba dedicado a todos los dioses romanos y lo consagró en honor de la Virgen María y de todos los mártires cristianos. El papa estableció el 13 de mayo en fecha para la celebración de la Fiesta. La celebración de dicha Fiesta el 1 de noviembre no se proujo hasta el siglo IX a instancias de Luís el Piadoso. Pero el impulso definitivo no se estableció hasta que el abad de Cluny santo Adilión la introdujo en todos los monasterios reformados alrededor del año 1.000. Los monasterios establecidos en zonas en donde los cultos funerarios celtas seguían vigentes y ejercían una gran influencia social. Odilión se aprovechó de la celebración del día de los difuntos de cultura celta y la fusionó con las nuevas prácticas cristianas. Fue el papa Gregorio IV quien eligió el 1 de noviembre como fecha oficial para la celebración de la Fiesta de Todos los Santos. La celebración de dicha Fiesta no tiene bases bíblicas porque la Biblia prohíbe el culto a los muertos.
La Fiesta de Todos los Santos como hemos visto es de origen pagano y se ha introducido en el seno de la Iglesia Católica porque la doctrina del bautismo en que cree considera que todos los bautizados son hijos de Dios porque considera que el agua bautismal tiene el poder de limpiar los pecados de los bautizados, lo cual les otorga el privilegio de ser admitidos en la Iglesia. Esto facilitó la admisión en la Iglesia de masas de personas bautizadas pero no convertidas a Cristo. Estas masas bautizadas y supuestamente convertidas a Cristo introdujeron en la Iglesia sus costumbres paganas. En vez de ser una Iglesia santa se paganizó hasta nuestros días. El culto a los difuntos no es cristiano.
Moisés tuvo un entierro muy peculiar y único. El texto que habla de ello dice: “Subió Moisés al monte Nebo, a la cumbre del Pisga (desde donde vio la Tierra Prometida) y le dijo el Señor: Esta tierra que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: a tu a tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás alá. Y murió allí Moisés…Y lo enterró en el valle…Y nadie conoce el lugar de su sepultura hasta hoy” (Deuteronomio 34: 1-6). Según nuestra cultura pagana cristianizada nos cuesta entender el motivo porque Dios mantiene en secreto el lugar en que enterró a Moisés. No dudo que el motivo se encuentra en la tendencia a divinizar a los difuntos corrientes y molientes y a los de prestigio. Si se hubiese hecho público el lugar en donde fue enterrado Moisés a no tardar se habría convertido en un lugar de peregrinaje y construido un santuario lujoso en donde se reunirían millares de personas para venerar al gran hombre de Dios. Si los hombres y mujeres que por potestad eclesial se convierten en santos y vírgenes poseedores de dudosos poderes milagrosos que en su nombre se convierten en centros de peregrinaje y en máquinas de hacer dinero, ¿en qué no se habría convertido la tumba de Moisés si se supiese el lugar en donde le enterró Dios? No merece la pena dar respuesta a la pregunta.
Cuando fallece una persona, por más eminente que sea, deja de ejercer influencia en la tierra de los vivientes. Entre los lugares en que se encuentran los difuntos y los vivos no existe una puerta abierta que comunique ambos lugares. Si algo se ha podido .hacer a los difuntos fue cuando vivían entre nosotros. Una vez producido el deceso lo mejor es dejarlos que descansen en paz. Recordar a las personas amadas no es contrario a la doctrina cristiana. Venerarlas es harina de otro costal, porque entre Dios y el hombre se interpone a un difunto. “No tendrás dioses ajenos ante mí” (Éxodo 20: 3).
Mientras estemos aquí en la tierra lo que tenemos que hacer es preocuparnos de nuestra salvación. Este es el consejo que nos da el apóstol Pablo: “Porque sabemos que nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshace, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha no hecha de manos, eterna en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial, pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque así mismo, los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia, porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos para que lo mortal sea ab sorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, que nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entretanto estemos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor, porque por fe andamos , no por vista, pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Corintios 5. 1-8). Andar por fe es la mejor inversión que hayamos podido hacer en esta vida pues nuestro andar no será en vano.
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