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‘Un tributo a la tierra’ de Joe Sacco

Ante la disociación establecida entre la cultura tradicional indígena y los nuevos modos de vida, el gobierno canadiense planteó la alternativa de los internamientos
Herme Cerezo
lunes, 30 de noviembre de 2020, 17:03 h (CET)

En 2010 Canadá creó la llamada Comisión de la Verdad y la Reconciliación. A primera vista, este nombre denota preocupación por conocer ciertos hechos, desconocidos o quizá falseados, y por recomponer y restañar heridas. Ahora bien, ¿por qué la administración canadiense se vio en la obligación de constituir esta Comisión?


Joe Sacco, un estadounidense nacido en Malta en 1960, autor de cómics que a estas alturas no necesita ningún tipo de preámbulo, acaba de publicar ‘Un tributo a la tierra’ (Reservoir Books-Penguin Random House), su trabajo sobre el genocidio sufrido por los indios dene, a causa de la explotación de su territorio por empresas petrolíferas y las repercusiones que ello ha tenido – y tiene – en su cultura y modo de vida. Sacco es toda una referencia en el cómic periodístico universal, un género de costoso cultivo porque requiere un gran despliegue de recursos técnicos. Sus obras anteriores (‘Gorazde’, ‘Palestina’ o ‘Notas al pie de Gaza’) fueron una buena prueba de ello y ‘Un tributo a la tierra’ también lo es.


La narración se plantea como un viaje que el propio Sacco realiza junto con Shauna Morgan, su guía, subidos a un todoterreno del que sus propios amigos dudan de que sea capaz de permitirles su llegada al Noroeste de Canadá, un territorio en el que los propios ríos, helados, permiten avanzar como si de una carretera se tratase durante el duro invierno. La estructura gráfica que utiliza el autor maltés (Malta siempre tiene resonancias importantes en el mundo del cómic, baste recordar a Corto Maltés, el singular marino de Hugo Pratt), es la de páginas unitarias, sin márgenes, en las que el concepto de viñeta tradicional queda superado. La presencia de recuadros en la obra se limita a primeros planos de las personas que Sacco entrevista. El dibujo es marcadamente realista, en blanco y negro, minucioso, si exceptuamos los «cameos» del propio dibujante, cuyo rostro aparece caricaturizado, en claro contraste con el del resto de personajes que desfilan por las doscientas ochenta páginas del cómic. El resultado final es el de un extenso reportaje televisivo o un documental, salpicado por las voces de los entrevistados y la del propio narrador. Hay mucho de transmisión oral y de experiencia vivida in situ en ‘Un tributo a la tierra’.


Sacco ha configurado la narración de menos a más. En primer lugar, presenta al pueblo dene y su cultura, un pueblo cazador, trampero, que practicaba una economía de auto subsistencia, plenamente sostenible. En este entorno el hombre, el dene, es un animal más, adaptado al medio ambiente que habita. En estas primeras imágenes accedemos a conocer su modo de vida, el escenario que respiran, pero la región es generosa en petróleo y en gas natural, sin desdeñar otras riquezas. En algún momento eso despertará la codicia de la industria, que pronto dejará sentir sus efectos en el territorio. La extracción de petróleo propicia la llegada de trabajadores foráneos. Con su venida las costumbres cambian. Ahora la gente dispone de dinero para gastar. Con él llegan el alcoholismo, la prostitución, también las drogas y las peleas en cualquier momento del día, la violencia doméstica y los abusos sexuales a niños. Los tradicionales roles sociales, mujeres en casa cuidando del hogar y la familia, los hombres fuera, con los hijos, cazando, se alteran. Los denes han perdido el interés por sus tradicionales ocupaciones, se han mercantilizado y observan que pueden ganar dinero con otras actividades. Alquilarán sus tierras a los forasteros para que puedan alojarse y sacarán dinero de cualquier parte, incluso por suministrar la información que pueda solicitar un recién llegado.


Ante la disociación establecida entre la cultura tradicional indígena y los nuevos modos de vida, el gobierno canadiense planteó la alternativa de los internamientos. Empezaron a llevarse niños para que recibieran otro tipo de educación. La llegada de los hidroaviones transportadores a los poblados era un momento de pánico, de temor a lo desconocido. Los niños y niñas se vieron arrancados del seno de sus familias para ser educados de un modo distinto, ajeno por completo a ellos. En los centros de internamiento vivirán un mundo de terror, con castigos corporales, insertándolos en una religión distinta, la católica, a golpe de reglas y otros artilugios, desarraigándolos de su familia. «Los misioneros se metieron en nuestra vida», contará una de las entrevistadas por Sacco. «No solo nos inculcaron los valores foráneos con sugerencias, sino a base de palizas y abusos sexuales y más palizas, hasta que nuestras culturas acabaron siendo estos entornos tan delicados, frágiles y volátiles que vemos hoy», dirá otro. Para cerrar el círculo les prohibieron utilizar su propia lengua, reemplazada ex novo por el inglés. Vivieron en sus carnes una destrucción cultural absoluta. Muchos de los internados, en el regreso a sus hogares, se refugiaron en el alcohol para olvidar todo lo vivido y reprodujeron en sus propias familias todo el mundo de terror, violencia y vejaciones que habían vivido en los centros, por los que pasaron ciento cincuenta mil niños y niñas, de los cuales fallecieron seis mil por enfermedades y malos tratos.


Regreso al principio. La Comisión de la Verdad y la Reconciliación investigó lo ocurrido. Realizó entrevistas, visitas, todo lo que fue menester. Su dictamen no ofreció dudas: genocidio cultural. Para paliar los efectos, entregaron dinero a los afectados a modo de indemnización. Pero no fue una buena solución. El dinero incentivó el consumo del alcohol entre los afectados y produjo muchos fallecimientos y suicidios. La solución al problema no es sencilla. Actualmente, entre los denes existen determinados grupos que tratan – si es que ello aún es posible – de reconducir la situación, de integrar el modo de vida occidental impuesto con la tradición indígena, de recuperar su cultura y su lengua. Pero tropiezan con dificultades. Sus antepasados ya murieron y no pueden transmitirles su herencia. Han de recurrir a talleres de formación. El proyecto regenerador dene no parece empresa fácil. Al menos eso es lo que se desprende del magnífico trabajo desarrollado por Joe Sacco en ‘Un tributo a la tierra’, un reportaje, un libro, un análisis sociológico al que solo se puede calificar como exhaustivo, con un cierto toque de pesimismo final. Creo que Sacco no se ha olvidado de ningún palo. Los ha tocado todos.


Joe Sacco: ‘Un tributo a la tierra’. Cómic. Reservoir Books-Penguin Random House. 2020. Tapa dura. Blanco y negro. 265 páginas. Precio: 22,90 €. 

JOE SACCO PORTADA



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