La conexión ha sido fácil. Rápida. Es el signo de las entrevistas literarias de 2021, segundo año del covid-19, segundo año de la pandemia. En la pantalla del portátil brillan dos ventanas no muy grandes. Rectangulares. Por la de la izquierda, rodeado de libros sobre un fondo de paredes blancas, se asoma Ian McGuire, el escritor británico que termina de publicar ‘El abstemio’ (Seix Barral), novela que aborda la lucha entre dos hombres: James O’Connor, un policía irlandés que trabaja en una comisaría inglesa, y Stephen Doyle, un mercenario, contratado por una fraternidad feniana para vengar la ejecución de tres compatriotas en Manchester. Los hechos suceden en 1867, dentro del amplio marco de la lucha por la independencia de Irlanda. McGuire y su esposa viven confinados en su casa de Manchester. «Por ahora la situación es mala en Inglaterra – dice desde la ventana de la izquierda –. Todo permanece cerrado, los colegios, las tiendas, excepto las de alimentación, las cafeterías… Es bastante horroroso y, como todo el mundo, tengo unas ganas locas de que esto acabe y podamos volver a la normalidad».
¿Por qué escribe Ian McGuire? Es una buena pregunta y seguramente muchos autores deben contestar lo mismo. Escribir es algo que sientes la necesidad de hacer. No es una opción, es una pulsión. Llevo escribiendo tanto tiempo que me resulta difícil concebir la vida sin hacerlo. Uno escribe por muchos motivos y algunos de ellos no son admirables. Escribir es comunicar, expresarse, compartir las propias experiencias. Es también un intento de crear algo que le aporte algún placer al lector. Esa es la belleza de la escritura y es lo que yo siento.
¿Cómo se tropezó Vd. con la historia que da pie a ‘El abstemio’? Fue por casualidad. Mientras leía algo que necesitaba para concluir mi anterior novela, me topé con el incidente de la ejecución de los tres irlandeses y del asesinato que la precedió. Me sorprendió porque llevo mucho tiempo viviendo en Manchester y, aunque en su momento fue algo crucial para la vida de la ciudad, yo no lo conocía. El hecho de que se hubiera olvidado y de que no se hubiera estudiado me excitó la curiosidad, porque me parecía que daba perfectamente para escribir una novela. Sin duda era una buena oportunidad para reactivar el asunto. Por otro lado, cuantas más vueltas le daba, más me parecía que era un tema que conectaba con el presente, porque, aunque se trata de una historia de 1867, guarda mucha sintonía con temas actuales como la violencia política o la existencia de personas dispuestas a cometer un acto violento para defender sus ideas o un nacionalismo. Y eso me llevó a pensar que era una historia que funcionaría bien para el público actual.
¿’El abstemio’ es una novela histórica disfrazada de thriller o un thriller disfrazado de novela histórica? Ambas cosas, creo. Estas etiquetas no sé si encajan bien con mi novela, porque en todo lo que escribo últimamente tiro de varios géneros y los combino. En parte es un thriller, en parte es novela policiaca y novela literaria también. No digo que esas etiquetas no sean útiles, pero tampoco hay que tomarlas muy en serio. Combinar todos esos elementos, si sabes cómo hacerlo, me parece bueno a la hora de escribir.
Las novelas, especialmente las históricas, requieren un proceso de documentación. ¿Cómo disfruta Vd. más: documentándose o escribiendo? Personalmente prefiero el momento de la escritura, me gusta más. Hay algunos autores que disfrutan con la investigación y yo lo pasó bien, sí, pero lo que realmente me satisface es escribir, darle forma a una historia, conseguir que vaya cogiendo cuerpo, trabajar los personajes, decidir qué va a pasar con ellos… En ocasiones, a medida que avanzas, te ves obligado a parar, porque te das cuenta de que hay una parte de la historia sobre la que no sabes suficiente y vuelves a recabar información. Ese momento resulta un poco frustrante para mí, así que sin duda disfruto más escribiendo, sin olvidar que documentarse es fundamental para construir una novela histórica.
¿Sobre las relaciones entre Inglaterra e Irlanda a lo largo del tiempo todavía queda mucho por escribir, tanto a nivel de ficción como de historia real? ¿Es un tema tabú? No creo que sea un tabú, la gente escribe sobre ello constantemente. Es un poco producto del Imperio Británico y del hecho de que Irlanda fue una colonia durante mucho tiempo. Suele ocurrir que los de las colonias son mucho más conscientes de su situación y de los problemas existentes que el colonizador. Por eso también los escritores irlandeses son más conscientes de estas complicaciones y escriben más sobre este asunto que sus colegas ingleses.
¿Le ha resultado fácil acceder a los archivos o todavía queda mucha información considerada como “materia reservada”? Lo cierto es que no tuve ningún impedimento a la hora de investigar. Encontré bastante información sobre 1867 y, además, los historiadores, no tanto los novelistas, se han preocupado ya por explicar todo lo que ocurrió. Si hubiera querido escribir sobre el terrorismo irlandés en un pasado más reciente sería distinto, ya que hay bastante material sobre ese asunto clasificado como secreto. Todavía hay causas pendientes en los tribunales, pero si te vas tan atrás como yo, la localización de información resulta mucho más fácil y accesible.
Manchester, ciudad donde Vd. reside, fue el escenario de los hechos que narra en la novela, ¿cómo era Manchester en 1867? En 1867, en ocasiones a Manchester se la describía como la primera ciudad industrial del mundo, la gran productora de materia textil para el Imperio Británico, muy conocida por sus fábricas. Los patronos de la industria dominaban la ciudad y ganaban mucho dinero, mientras que los obreros cobraban bien poco. Por lo tanto, desde el punto de vista social, Manchester no estaba muy bien vista, porque era una ciudad de polos extremos, industriales adinerados y obreros pobres, que luchaban por sobrevivir. Engels, cuya familia era dueña de una de estas fábricas, escribió el libro titulado ‘La situación de la clase obrera en Inglaterra’, donde incluyó un apartado sobre la ciudad, sus suburbios y los irlandeses con su precario modo de vida.
Parece sencillo imaginar que la colonia irlandesa de Manchester era grande, porque los irlandeses habían emigrado para trabajar allí. Sí, exacto, a mitad del siglo XIX el veinte por ciento de la población de Manchester era irlandesa. Por eso los mancunianos tenían tanto miedo de los fenianos, de los terroristas. Pensaban que muchos de ellos simpatizarían con esa causa y los veían como una amenaza para el orden público. Eran tan pobres que los consideraban un grupo peligroso, bárbaro e incívico y tenían miedo de lo que los revolucionarios fenianos pudieran llegar a conseguir.
La novela arranca con la ejecución en Manchester de los irlandeses Allen, O’Brien y Larkin. En 1867, ¿una ejecución era un espectáculo como otro cualquiera? Ese fue uno de los últimos ahorcamientos que hubo en Inglaterra, pero es verdad que era como un entretenimiento, un espectáculo ver cómo ahorcaban a alguien en público. Al mismo tiempo, significaba emitir un mensaje claro para la población sobre quién tenía la autoridad y la capacidad para ejercer el poder. La prensa de entonces explicaba que el público había pasado la noche previa bebiendo y que llegaba a las ejecuciones mientras cantaba. Fue una tradición que había durado muchos años y, en todo caso, resultaba una especie de entretenimiento extraño.
¿El sentimiento nacionalista fue algo generalizado entre la población irlandesa o fue inducido por los fenianos, hacia los que podían sentir un cierto temor a posibles represalias? Los fenianos siempre fueron considerados extremistas y no tenían mucho respaldo. Antes de 1867 se había producido un intento de rebelión en Irlanda que resultó un fracaso. Pero después de las ejecuciones se repitió algo que ya había sucedido antes: al ajusticiar a esas personas el gobierno británico les hizo propaganda, les ayudó en su causa y les dio nombre al convertirlos en mártires. Ese error lo cometió el gobierno británico tanto en el siglo XIX como en el XX. Con la revuelta de 1916 reincidieron y ejecutaron a los rebeldes, lo que finalmente desembocó en la independencia irlandesa.
Hay dos protagonistas en la novela: James O’Connor y Stephen Doyle. Doyle se considera a sí mismo un soldado profesional, sin embargo, en un primer momento tiene a tiro a O’Connor, pero no lo mata. ¿Cómo es en verdad Doyle? Tienes razón, Doyle es un soldado y esa condición constituirá su trayectoria vital, su historia y su manera de identificarse. Su vida había ido un poco a la deriva antes de la Guerra de Sucesión norteamericana. Precisamente su participación en ella le proporcionó la finalidad de la que carecía su vida. Eso les ocurre a muchos combatientes, ya que encuentran en la lucha un sentido de la existencia que antes no habían percibido y que luego necesitarán constantemente. Por eso Doyle se aferrará al movimiento feniano no por ideología política, sino porque necesita un campo de batalla donde combatir para seguir existiendo.
No es fácil matar a sangre fría, hay que tener un temperamento especial para ello. Desde ese punto de vista, ¿‘El abstemio’ le ofrecía la opción de profundizar psicológicamente en los personajes? Exacto, eso es algo que me interesó mucho a la hora de escribir la novela. Me marqué el desafío de introducirme en la cabeza de Stephen Doyle e imaginar cómo habría podido ser su experiencia vital. Si antes mencionabas la escena en la que no mata a O’Connor, ese momento fue para mí como un tributo hacia Doyle, ya que no le dispara porque al mirarle, en cierto modo, se ve a sí mismo reflejado en su oponente. Ese reconocimiento le hace dudar y más adelante, extrañado, se preguntará por qué no apretó el gatillo. Esa fue mi manera de sugerir la existencia de un vínculo entre ambos protagonistas.
Ya que habla de similitudes, al igual que Doyle, James O’Connor, el otro protagonista de la novela, es un gran solitario al que la vida no ha tratado bien, ¿qué tienen en común estos dos personajes? O’Connor y Doyle tienen varias cosas en común, una de ellas es que sus pasados se parecen bastante. Ambos vivieron una infancia difícil y, a medida que progresamos en la lectura, vemos cómo se fueron enfrentando a la realidad cada uno de ellos. O’Connor acarrea el crimen que cometió su padre y, más recientemente, la pérdida de su esposa, dos momentos vitales que le acompañan a lo largo de la novela y que él gestiona como puede. La idea del título, ‘El abstemio’, procede del hecho de que O’Connor ha dejado de beber porque quiere abstenerse también de sentir emociones. Trata de controlar el pasado con la esperanza de que podrá recuperarse y con el temor de que lo ya vivido determine su futuro, algo que le incomoda sobremanera. Me interesaba mucho explorar en la novela esta idea de saber si podemos escapar del pasado y controlarlo, no solo individual sino también políticamente. Quería ver si la relación Inglaterra-Irlanda puede escapar también a su pasadohistórico, que es doloroso, y si es posible dejarlo a un lado hasta cierto punto.
Introduzcamos un poco de humor en esta entrevista. Me llama mucho la atención el título de la novela, ¿en verdad quedan muchos irlandeses abstemios? [Risas] A ver, eso es un cliché que existe… Está claro. Yo tengo muchos amigos en Irlanda y si sugiriera que el alcoholismo es un rasgo exclusivamente irlandés se me enfadarían bastante. Esa imagen tan extendida que existe solo es un estereotipo, nada más.
Los críticos han destacado su habilidad para recrear el ambiente de las novelas de Dickens, ¿ha bebido mucho de fuentes dickensianas para escribir ‘El abstemio’? Para mí y para todo autor inglés que escriba sobre el siglo XIX, Dickens supone una influencia y has de ser muy consciente de ello. En el caso de ‘El abstemio’ me influyó a la hora de representar la ciudad, ya que Dickens describió perfectamente el modelo urbano victoriano. Él se centró en Londres, pero a la hora de imaginar cómo sería el Manchester de entonces acudí a Dickens. De este modo descubrí lo que debía de ser pasear por aquellas calles, transitar por aquellos patios, percibir aquel frío… No cabe duda de que el escenario, que da sentido a mi novela, está claramente influenciado por él.
Ha elegido la voz en tercera persona para narrar, ¿por qué? Es otra buena pregunta. Todas mis novelas las he narrado en tercera persona, excepto la que llevo ahora entre manos, que la estoy escribiendo en primera. Supongo que la ventaja que me ofrece es que me permite alternar entre distintos personajes. El inconveniente de utilizar la primera radica en que te encajas en un punto de vista solo, te encorsetas, y en una novela como ‘El Abstemio’ necesitaba moverme con mayor libertad, mostrar el mundo desde varios prismas distintos y tener también una idea más general. Todas esas cosas me las permitía la tercera persona, que es una voz mucho más flexible.
Casi al final de la entrevista y aún no le he preguntado dónde se encuentra Ian McGuire en la novela. Pues no lo sé. Creo que, hasta cierto punto, todas las novelas son autobiográficas, pero si escribes una novela histórica, efectivamente, te disfrazas y te ocultas detrás de varias máscaras y te disfrazas. Pienso que hay un poco de mí en O’Connor y también en Doyle, aunque mi vida no tenga nada que ver con las suyas. Sin embargo, resulta inevitable que has de tirar de tu propia experiencia, aunque escribas sobre personajes que vivieron en el siglo XIX. Por lo tanto, algo de mí hay en ambos protagonistas, pero no te diré qué es. Desde luego, no soy un asesino, así que quédate con eso [risas].
Terminamos: aunque antes ya ha avanzado algo, ¿en qué nuevo proyecto literario está trabajando ahora? Estoy escribiendo una novela que se ambienta en el pasado también, a finales del siglo XVIII. Transcurre en el norte de Canadá y trata sobre el comercio de pieles. Es una historia de aventuras, cuyo escenario recuerda un poco a mi anterior novela, ‘La sangre helada’. Por alguna razón me llama la atención el Océano Ártico y por eso la he ubicado allí.
Nota.- Esta entrevista no hubiera sido posible sin la inestimable ayuda de la traductora Carol Badía.
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