“Los animales deben morir por selección natural”. Esa frase, señoras y señores responsables de la administración de Cantabria, es suya. Que cada garganta aguantes sus palabras y que cada nombre propio, por acción u omisión, lo haga con sus muertos. Algunos cargos del Gobierno Cántabro tendrán que explicar a qué animales se refieren, ¿a todos?, porque les recordamos que la señora Consejera de Ganadería, el señor Director de montes y caza, quien les habla y un corzo, somos todos animales. Y aquel que lo refute no debería poder ejercer la función pública porque estará negando un principio aceptado y demostrado por la ciencia. Ni descendemos de Adán y Eva, ni un ganadero es menos animal que su ganado.
Emplean con demasiada ligereza el concepto de Selección Natural. Este fenómeno de la evolución se refiere a rasgos heredables y cuando el éxito de un genotipo sobre los demás ayuda a la supervivencia de determinada población biológica. Nada que ver con la acepción que ustedes le dan, más parecida a la tristemente conocida como “Solución Final”. Y antes de que se hagan cruces por la comparación les planteamos una pregunta: degollar a un animal es matarlo, en eso estamos de acuerdo, ¿no?, pero a dejarlo morir de hambre teniendo los medios para evitarlo, ¿cómo lo llamarían? Nosotros matarlo, también. Si Darwin escuchase su aplicación de selección natural lloraría de vergüenza y de dolor, como muchos ciudadanos.
Y puestos a explicar – es su obligación hacerlo y nuestro derecho exigirlo -, dígannos qué tiene de natural descerrajarle un tiro a un jabalí, y eso sí que lo autorizan. Se lo permiten a los cazadores que llevan a cabo una selección tan “natural” (escúchese entre comillas), que los instrumentos para practicarla se elaboran en fábricas de rifles, cuchillos y trampas.
Señoras y señores políticos que nos prohíben dar de comer a animales que, por culpa de los temporales, se están viendo abocados a un hambre extrema, a desplazamientos fuera de su entorno habitual buscando alimento y a los crímenes de los furtivos: alimentarse es natural y morir también lo es. Cada zorro morirá, yo moriré, Doña Blanca Martínez y Don Antonio Lucio morirán, pero lo artificial, lo antinatural, lo repugnante, lo aberrante, es que lo hagamos porque nos dejen morir de inanición disponiendo de los medios para impedirlo, o porque nos llenen las entrañas de plomo, aprovechando que ni fuerzas nos quedan, para colgar nuestra cabeza de una pared.
Es peligroso para nosotros, nos explican, que nos acerquemos a animales exhaustos que, como ustedes mismos reconocen, están muriendo a centenares víctimas de la debilidad. Peligro, señoras y señores, es la caza, para todas las especies. La nuestra – seguro que no ignoran este dato -, sufre cada año en España una media de 25 muertos y 2500 heridos en “accidentes” (escúchese entre comillas también), derivados de la actividad cinegética.
Señora Consejera, su encomiable y publicitada Mesa contra el maltrato animal está coja. Si en uno de sus extremos se sostienen perros y gatos, por el otro, el de las patas rotas, se caen venados, jabalíes o rebecos. ¿O es que sólo les desvela el abandono a su suerte de los primeros cuando esa suerte, por circunstancias excepcionales y terribles, se llama para los últimos agonía y muerte en condiciones de absoluta indefensión?
La campaña de educación y sensibilización sobre el trato a los animales que quieren promover para público en general y centros educativos en especial es tan necesaria como admirable, pero dígannos: cuando los niños de esos colegios les pregunten por qué un cervatillo se desplomó desfallecido de hambre sobre la nieve, mientras cientos de kilos de víveres que habrían evitado su muerte y la de muchísimos más, no pudieron ser repartidos porque ustedes se negaron, y para impedirlo utilizaron a guardias forestales maestros en el arte de la ofensa y la intimidación, ¿qué les responderá? ¿Qué va a decirles a esos críos cuando pregunten por qué los voluntarios para salvarlos no y por qué los furtivos sí? Ya, ya sabemos que no los aprueban, pero ustedes no ignoran que prohibiendo el paso a los primeros están proveyendo de animales moribundos a los segundos, ¿quieren ver las fotos hechas estos días? Van a impartir en los centros educativos lecciones de sensibilidad?, ¿seguro?, o tendrán que bajar su mirada ante la de esos niños. Y pedir perdón. Y rectificar porque su negativa tiene un precio muy alto, el más alto: sufrimiento y vidas.
Acusa el Señor Lucio a los voluntarios de estresar a los animales. Habría razones para reír de no existir motivos tan dramáticos para llorar, por eso, ni una sonrisa. ¿Quieren saber lo que realmente estresa a un animal?: morir de hambre, morir de frío por la falta de fuerzas, tal vez junto al cadáver de su madre. O no llegar a hacerlo por ninguna de esas causas porque un poco antes venga un cazador a decapitarlo o a cortarle los cuernos. Eso, señoras y señores, estresa mucho más que el que te dejen comida al alcance cuando tú sólo no la puedes encontrar porque la tapan metros de nieve.
Cuentan que con la iniciativa de esta Mesa Cantabria se convierte en un ejemplo de modernidad. No se engañen, no quieran engañarnos, lo será cuando como en los países verdaderamente modernos en materia de protección animal, no se haga una interpretación sesgada de esa necesidad, y existan protocolos de intervención en casos de maltrato o de abandono, pero también de asistencia o rescate, según las circunstancias, en las situaciones de extrema urgencia, como son los desastres naturales, para más animales que perros o gatos, también para esos animales gracias a los que se lucran porque su presencia genera turismo, también para esos animales por cuya muerte cobran a través de los ingresos económicos que les genera la caza, así que al menos tengan la decencia de permitir que les ayudemos cuando más lo necesitan. Dejen ya de hacerle el caldo gordo a los cazadores en un país que en quince años ha perdido cerca de la mitad de sus licencias de caza, y ha dado pasos agigantados en ética y conciencia ante su maltrato. Dejen de atender solamente las reivindicaciones de unos ganaderos obsesionados con aumentar las cuotas de muerte de animales salvajes cuando todos conocemos las verdaderas razones que subyacen en sus peticiones. Sean modernos y sean éticos de verdad, por favor, no de boquilla.
¿Saben esas iniciativas que vemos de vez en cuando en las que, por parte de alguna organización, se entrega comida gratuita entre los vecinos de barrios deprimidos pero, atención: “sólo para españoles”? También esos colectivos son solidarios, también su acción nace de su sensibilización, y suponemos que para ustedes, esa selección entre quiénes tienen derecho a alimentarse y quiénes no, es natural. Reflexionen. Lo necesitan.
Nuestras patrullas de reparto de alimentos, en todo momento comunicadas, controladas y con la presencia de expertos en montaña, no son excursiones ni una charada ante los medios. Mascarada fue, viendo su actuación posterior, la suya, la de la administración dejando que repartiésemos alimentos sólo un día, cuando había cámaras y micrófonos, e impidiéndolo los siguientes, cuando ya no estaban los periodistas pero seguían muriendo animales de hambre.
A estas alturas, con la nieve ya derretida, es tarde para los animales a los que pudimos salvar pero ustedes no nos lo permitieron. Que las fotografías de sus cadáveres, las de sus cabezas cortadas y colgadas de las ramas de los árboles - ¿también eso les parece natural? -, les hagan no volver a cometer tan desgraciada negligencia, que nunca tengamos que escuchar de nuevo palabras como las de señor Antonio Lucio, ni recibir insultos y amenazas por parte de agentes forestales que más parecían sicarios que agentes y más furtivos que forestales. Exigimos medidas para que en el futuro no se vuelva a repetir algo así, y aunque el pasado ya no podamos remediarlo no estamos dispuestos a olvidarlo, por eso exigimos también que se asuman responsabilidades por lo ocurrido. Los animales que han muerto lo merecen. Y nosotros, por el trato recibido, también.
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