Corrían los últimos años sesenta del mil novecientos. Un Paco, mi tío Paco Mompó, sempiterno lector de Blasco Ibáñez, compraba, cambiaba y leía novelitas del Oeste. “Me entretienen mucho”, me contaba. Sheriffs, forajidos, heroínas de pelo ensortijado, algún apache y cuatreros de gatillo ágil discurrían por aquellas páginas. A mis doce años, yo las leía en L’Ollería, un pueblo de la Vall d’Albaida, durante las pesadas siestas del mes de septiembre, y solo me resultaba extraño comprobar la cantidad de autores que escribían novelas de vaqueros en España, aunque sus nombres sonaban extranjeros: Keith Luger, Silver Kane o incluso Marcial Lafuente Estefanía, que se me antojaba mexicano o algo parecido.
Otro Paco, este apellidado González Ledesma, escribía algunas de las novelas del Oeste que mi tío compraba, cambiaba, leía y me pasaba. Lo que yo ignoraba era que las que a mí más me gustaban, las de Silver Kane, eran suyas. Y algún día comencé a pensar que Silver Kane no era Silver Kane y que, probablemente, no era extranjero sino un producto del solar patrio. El descubrimiento de su verdadera identidad sucedió mucho después. Y se produjo gracias al programa televisivo ‘Negro sobre blanco’, cuando Fernando Sánchez-Dragó entrevistó a un novelista llamado Francisco González Ledesma, que decía haber sido Silver Kane en otro tiempo ya lejano, preconstitucional y medio clandestino. Se me pusieron los ojos como huevos de Pascua. Aquella noche me prometí a mí mismo que algún día hablaría con aquel escritor nacido en Barcelona.
No sé cómo conseguí su dirección email. Quizá fue otro Paco, Paco Camarasa, alma de la librería barcelonesa Negra y criminal y también hermano de mi editor, quien me la proporcionó. En realidad González Ledesma no utilizaba internet, lo hacía su esposa, Rosa, que se manejaba mejor en la red que él. Le envié un cuestionario y se produjo una confusión, ya que a vuelta de correo me llegó un sobre con las respuestas a una entrevista de otro medio: el periódico bilbaíno El Correo. Eso me permitió telefonearle a su casa, tampoco tengo muy claro cómo conseguí el número, para deshacer el entuerto. Apenas dos días más tarde, de nuevo por correo postal, me llegaron sus respuestas, esta vez sí, a mis preguntas. De aquella conversación telefónica, presidida por la amabilidad de González Ledesma y mi alegría por hablar con él, surgió la promesa de conocernos algún día.
Y eso ocurrió en diciembre de 2007, cuando el escritor barcelonés, también abogado y periodista del diario ‘La Vanguardia’, resultó galardonado con el Premio Internacional de Novela Negra RBA por su obra ‘Una novela de barrio’. La fotografía de aquella tarde en la Casa del Libro de Valencia, disparada por Yolanda Barambio, es testigo fiel de nuestra charla. No sé cuál de los dos lo pasó mejor durante la entrevista, que Paco convirtió en una conversación amigable, divertida e incluso didáctica con el soporte del agua con burbujas de una botella de Vichy Catalán. La imagen retrata bien la escena. Al finalizar me dedicó una primera edición de su ‘Crónica sentimental en rojo’, que yo guardaba como oro en paño, novela con la que conquistó el Premio Planeta en 1984, al tiempo que me explicó que ni siquiera había sido invitado a la cena de la entrega del premio. Se enteró de su condición de finalista por la radio o por un compañero de redacción y se apresuró a comprar los tickets para el evento, al que le acompañaron su mujer e hijo.
A partir de ahí le entrevisté alguna otra vez y nuestro último encuentro se produjo en la Fira del Llibre de 2010, celebrada en los Jardines de Viveros de Valencia, a la que acudió acompañado de Rosa. González Ledesma se encontraba en la caseta de la organización dedicando ejemplares de sus novelas. A su lado firmaba otro escritor insigne del género negro: Ferran Torrent. Aún hubo otro encuentro más, pero fue involuntario y casual, bajo la textura del papel y la tinta en color: Francisco González Ledesma aparecía como abogado de la editorial Planeta en el cómic ‘El invierno del dibujante’, obra del valenciano Paco Roca, y allí jugaba un papel un tanto ambiguo. Más tarde, a través de Alicia Giménez Bartlett, me enteré de la enfermedad que le aquejaba y que, a la postre, le ha llevado a la tumba.
Dejando aparte todas las vicisitudes de su azarosa vida, sus problemas con la censura, por “rojo y pornógrafo” en palabras de un preboste franquista, y sus innegables éxitos literarios, al principio con mayor reconocimiento al otro lado de los Pirineos que en nuestro país, hay un par de recuerdos suyos que abren brecha en mi memoria, cada vez más traidora. Ambos los escuché de su viva voz. Va el primero. Durante su periplo como Silver Kane, cuando terminaba una novela, escribía una a la semana más o menos, Editorial Bruguera le obligaba a enviar el manuscrito a un kiosquero apellidado Pubill -González Ledesma, en tono jocoso, se refería a él como el “senyor Pubill dels collons”-, que tenía su establecimiento, según recordaba, en la antigua Avenida de José Antonio de Valencia. La función del kiosquero no era otra que leerse el original. Si no lo aprobaba, Bruguera no lo publicaba. Y ahora va el segundo recuerdo. En una presentación suya a la que asistí, explicó que Ricardo Méndez, el entrañable Méndez, nacido en su novela ‘Expediente Barcelona’ (Premio Ciutat de València en 1983), era producto de la mezcla de cuatro policías que el propio González Ledesma había conocido en el barrio del Raval, uno de los cuales no portaba armas de fuego y detenía a los delincuentes utilizando una pistola detonadora y arrojándoles piedras que simulaban ser proyectiles. Ignoro cuánto habría de realidad y cuánto de inventado en estas historias. Tampoco tiene demasiado interés. A fin de cuentas, Paco era novelista y los novelistas manejan la ficción mejor que nadie y como él mismo me dijo aquella noche de La Casa del Libro “Lo que importa es que creas en lo que escribes”. Y eso, para mí, vale más que nada.
Descanse en paz Francisco González Ledesma, hombre bueno y amable, escritor ejemplar y de oficio enorme. Con él se han ido Enrique Moriel, Silver Kane, Silvia Valdemar, Fernando Robles y algunos alias más con los que resistió a las prohibiciones. Gracias por tus novelas y por traer al mundo al amigo Méndez que, al cobijo de su jubilación, seguro que está un poco más triste desde el pasado 2 de marzo de 2015.
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