Además de la empatía, es importante que los voluntarios desarrollemos una sensibilidad social. El voluntariado social no es prioritariamente una actividad asistencial con las personas marginadas.
Para todo voluntario social es fundamental desarrollar la capacidad de empatizar, inherente al ser humano. Esto le permitirá “conectar” con las personas que padecen algún tipo de exclusión social. Pero además, empatizar con sus propios compañeros supone ponerse en el lugar del otro, “caminar en sus zapatos durante muchas lunas” para respetarlo y hacer un esfuerzo de comprensión.
La empatía está muy relacionada con el sentido común ya que, si comprendemos el dolor, las frustraciones o los miedos del otro, podremos tratarlo como nos gustaría que nos trataran a nosotros mismos. Las situaciones, los sentimientos, los deseos o las motivaciones no son tan diferentes de unas personas a otras, por lo tanto no es tan difícil buscar la empatía. Basta creer en que es posible. Decían los antiguos: “Pueden porque creen que pueden”.
Cierto que es imposible situarse en la realidad del otro, por más esfuerzo e interés que se ponga en ello. No obstante, el esfuerzo y el interés serán valorados por el otro positivamente, se dará cuenta de que le importas y de que te quieres acercar a su realidad por más dura que ésta sea. Y no sólo con lástima y buenas palabras, sino con el ánimo de ayudar y con acciones concretas para mejorar su vida.
Además de la empatía, es importante que los voluntarios desarrollemos una sensibilidad social. El voluntariado social no es prioritariamente una actividad asistencial con las personas marginadas. La acción voluntaria tiene, efectivamente, un componente asistencial decisivo en la resolución de problemas inmediatos, mucho más cuando éstos no admiten demora. Pero, sobre todo, se trata de una actitud frente a la sociedad, la búsqueda de un modelo social y de comportamientos personales que afirmen la justicia social y la búsqueda de mayores oportunidades para todos.
El voluntariado busca la colaboración mutua, la autonomía y, en definitiva, la felicidad para aquellos que no la tienen. Un voluntario puede ayudar a un discapacitado a sortear una barrera arquitectónica, pero su responsabilidad será, unida a otros miles de voluntarios, pedir a quien corresponda que desaparezcan las barreras. Su misión social se encamina hacia eliminar las barreras mentales frente a las diversas formas de exclusión social.
Algo mejor que hacer el bien es procurar que otros lo hagan. El voluntariado es para todos y ahí radica su eficacia social. Siempre habrá un lugar adecuado para cada persona dentro del voluntariado. Lo más alejado al concepto de voluntariado social sería un grupo elitista de “gente buena”. El voluntariado puede ofrecerse a cualquiera, con independencia de juicios morales o de planteamientos personales de vida. De ahí que el voluntario deba dar testimonio acerca de su labor y razón de su esperanza. Por un lado, para facilitar nuevas adhesiones a programas concretos pero, sobre todo, para acercar la sociedad establecida a los submundos de marginación llenos de mitos, tabúes, fronteras y exclusiones. Cada voluntario deberá buscar el mejor camino para comunicar lo que hace, y no debe dejar de hacerlo.
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