Sin Ciudadanos mediante, otro gallo cantaría en los corrales de Génova. Otro gallo cantaría, como digo, porque el partido de Rivera representa la resurrección del suarismo y la crisis del fraguismo. Tiempos, no tan lejanos, donde Alianza Popular era una organización fragmentada por el ala radical de la Falange y los moderados adolfinos. Tanto es así que durante años, el partido de Rajoy no daba palo al agua hasta que José María – Aznar en términos formales – reestructuró el partido, y metió en el mismo saco a nostálgicos de Iribarne con desencantados de Suárez. Gracias a esta maniobra, el expresidente del Gobierno consiguió una derecha fuerte, frente a una izquierda dividida por socialdemócratas y “comunistas". Comunistas entre comillas, cierto, porque todavía hay quien reduce Izquierda Unida a un partido retrógrado de tintes leninistas. Desde aquellos años, en España, como digo, se instauró para quedarse un escenario político, representado por una derecha unida y minoritaria, frente a una izquierda fragmentada y mayoritaria.
Con la llegada de la "nueva derecha" – tal y como Sánchez ha etiquetado al partido de Rivera -, las siglas de Rajoy pierden fuelle de cara a las próximas generales; algo que favorece, sin duda alguna, al principal bastión de la izquierda, el partido socialista. Lo favorece, como digo, por dos principales razones. La primera: los tiempos de Pedro no son los de Rubalcaba. Las políticas de austeridad, llevadas a cabo por la derecha, han cerrado gran parte de las heridas del zapaterismo, cuestión necesaria para que los exiliados de Alfredo regresen a su nido. La segunda: con los resultados de Andalucía sobre la mesa, los mordiscos de Podemos se los lleva Izquierda Unida. Algo que sucederá – muy probablemente – en los comicios de noviembre, si tenemos en cuenta que el discurso de Podemos comparte más puntos y comas con las siglas de Garzón que con los pétalos de la rosa. Así las cosas, si se cumpliera este razonamiento, el hemiciclo de los leones quedaría compuesto por una derecha fragmentada – liderada por el Pepé – frente a una izquierda tripartita – abanderada por el partido socialista y seguida por Podemos e Izquierda Unida -.
El Partido Popular, UPyD e Izquierda Unida serían, por tanto, las fuerzas más castigadas en los próximos comicios. El Pepé perdería su holgada mayoría por tres razones de sentido común. La primera: el desmantelamiento del Estado del Bienestar y, por tanto, el aumento de la desigualdad social. La segunda: sus polémicas leyes. La ley Mordaza, la Lomce, el proyecto de reforma universitaria, la subida del IVA, la reforma laboral y las "gallardonadas" de Alberto, entre otras. Y, la tercera – aunque en menor medida -, la corrupción por el caso Bárcenas, Gürtel y demás. UPyD pasaría, probablemente, a la historia política de este país por el golpe de Ciudadanos. La casa de Albert Rivera sería, por tanto, el refugio para los desencantados del PP y los cabreados con la exsocialista, Rosa Díez. Y por último, Izquierda Unida sería – como dije antes – la fuerza más herida por el influjo de Podemos. Así las cosas, el lienzo postelectoral estaría representado por una derecha débil, por el influjo de Ciudadanos, frente a un PSOE fuerte por las grietas de su izquierda. Escenario que traería consigo un hemiciclo plural, sin mayorías absolutas, donde gobernaría la lista más votada. Estaríamos pues, ante una jaula de grillos a la italiana, donde los adelantos electorales y las posibles mociones de censura serían el rasgo común de toda la legislatura.
Con estos mimbres, no es extraño que se produzcan acercamientos preelectorales entre bandos enfrentados. Tanto es así que el Partido Popular ya está flirteando con Ciudadanos, y los socialistas con Podemos. Flirteos, queridísimos lectores, para evitar lo que sería la España ingobernable. Una España desorientada por la ruptura del bipartidismo acostumbrado. Un bipartidismo, que desde las columnas mediáticas ha sido muy criticado y hoy, cuando estamos muy cerca de perderlo; muchos se preguntan si hubiese sido mejor quedarnos como estamos. El pluralismo político tiene, como saben, sus ventajas e inconvenientes. Las ventajas, las leyes son consensuadas o, dicho de otro modo, cocinadas a fuego lento por distintos cocineros. La negociación y el talante se convierten en las condiciones necesarias para que el chiringuito funcione. Los inconvenientes, la falta de entendimiento entre las fuerzas del hemiciclo, suscita la formación de alianzas entre los afines de la batalla. Alianzas, como digo, que – en España - moverían el péndulo político hacia el bipartidismo, y pondrían el punto final al "tiempo nuevo", anunciado por S.M. en su discurso de investidura.
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