Ahora que se acerca otro 8M vendrá bien proporcionar algunos datos e ideas sobre la discriminación que sufren las mujeres economistas en el mundo académico. Una cuestión relevante teniendo en cuenta la gran influencia que tiene este campo del conocimiento sobre la marcha de la vida económica, política y social de nuestro tiempo. Y, sobre todo, porque cada vez se oye más que no hay nada parecido a la desigualdad de género (es decir, a las diferencias entre mujeres y hombres que no se deben a su condición natural sino a prejuicios y estereotipos), que si acaso se producen esas diferencias se debe a que la productividad o las habilidades son distintas y que, además, la discriminación que pueda existir, como dicen los liberales, es más bien un incentivo para el progreso social.
Los estudios empíricos que se vienen realizando desde hace años ponen claramente de manifiesto todo lo contrario.
a) Las mujeres sí están claramente subrepresentadas en la económica académica. Algunos estudios estiman que las mujeres solo representan el 19% de todos los titulados en Economía que hay en el mundo. Un porcentaje que es algo mayor en Estados Unidos (30%) o en los países europeos (el 40% en España). Sin embargo, el camino que han de seguir quienes desean avanzar en la carrera académica se compara con una tubería con agujeros, pues se van quedando por el camino: en Estados Unidos solo el 14% llegan a ser catedráticas y en Europa los porcentajes son muy variados, desde el 56% de Rumania al 6% de Chequia o el 23% de España, según los datos que ofrece el estudio Women in Economics (aquí).
Esa menor presencia de las mujeres se registra también en la literatura económica. Los artículos publicados por mujeres son el 11% del total en las cinco principales revistas de economía desde 1990, el 12% desde 2000 y el 14% desde 2010 (aquí). Y en el Research Papers in Economics, una base de datos de publicaciones económicas, los trabajos de mujeres representan alrededor del 25%.
Además, como se demostraba en un artículo del Journal of Economic Perspectives de 2019 (aquí), el progreso que se había producido hace tiempo se ha estancado en los últimos veinticinco años.
b) El menor peso de las mujeres en la economía académica se produce por discriminación. Multitud de estudios científicos que han tratado de explicar esa menor representación de las mujeres en los niveles académicos más elevados en el campo de la Economía ponen de relieve que es un fenómeno que no tiene que ver con ningún tipo de condición «natural» u objetiva sino que lo provoca la discriminación que sufren las mujeres debido a estereotipos y prejuicios asentados en la cultura masculina que predomina entre los economistas de la academia y que se manifiesta, sobre todo, a la hora de evaluarlas y seleccionarlas.
Incluso diversos estudios han demostrado que no son diferencias de productividad y ni siquiera la mayor dedicación de las mujeres a la vida familiar es la única razón de ello, en contra de lo que pudiera pensarse o de lo que ocurre en otros campos de actividad. Aunque en estos momentos hay una manifestación de discriminación muy clara por esa razón: las mujeres están escribiendo menos investigaciones sobre la Covid-19 que los hombres, seguramente por el bloqueo que les supone atender en mayor medida que los hombres a su situación familiar (aquí).
En el último artículo citado y en muchos otros se demuestra que las mujeres economistas son sometidas a estándares de evaluación más estrictos que los aplicados a los hombres.
Los datos son muy concluyentes al respecto y en algunos casos muy significativos.
Se ha demostrado que las mujeres han de enfrentarse a listones más altos a la hora de publicar sus artículos (aquí o aquí)).
Un estudio de Laura Hospido y Carlos Sanz, economistas del Banco de España, demostró que las investigaciones realizadas por mujeres tienen un 6,9% menos de probabilidad de ser elegidas en conferencias o congresos que los presentados por hombres (aquí). Otro también reciente (aquí) mostraba que a las mujeres se les hace un 12% más de preguntas que a los hombres en los encuentros académicos y que, además, son más hostiles. Y una curiosa investigación sobre el lenguaje utilizado en foros de empleo de economistas (aquí), demostró en 2017 que los términos que más se utilizan cuando se trata de mujeres tienen que ver con aspectos personales y superficiales: se utilizan un 43% menos de términos académicos o profesionales y un 192% más de los relativos a su información personal o atributos físicos que cuando se habla de hombres. Y en el reciente libro de Shelly Lundberg (Women in Economics) se pueden encontrar bastante más ejemplos y datos de este tipo de discriminación.
La discriminación que sufren las mujeres economistas en la vida académica se refleja también en una gran encuesta que realizó hace poco la American Economic Association (aquí). Sus resultados no dejan lugar a dudas:
El 75% de las mujeres economistas encuestadas dijeron no sentirse valoradas en el campo de la economía, frete al 53% de los hombres.
El 69% afirmaron no sentir valorado su trabajo por sus colegas, frente al 43% de los hombres.
El 48% reconocieron haberse sentido discriminadas por su sexo, frente al 3% de los hombres. Y mientras que el 45% de ellas afirmaron haber sido testigos de esa discriminación, solo el 34%. de los hombres lo fueron.
El 22% sufrieron discriminación por razones de matrimonio o cuidado familiar, frente al 4% de los hombres.
El 37% fue discriminada en sus compensaciones económicas, frente al 11% de los hombres.
El 48% se abstuvo en alguna ocasión de intervenir o expresar sus puntos de vista en sus instituciones y el 46% en reuniones académicas para evitar ser discriminada, frente a 24% y el 8%, respectivamente, de los hombres.
El 48% ha evitado asistir en algún momento a actos tras las clases o eventos académicos para evitar discriminación o situaciones embarazosas, frente al 18% de los hombres.
Finalmente, también se ha demostrado que los periodistas recurren en menor medida a las mujeres economistas más conocidas cuando desean conocer la opinión de personas expertas (aquí), de modo que sus posiciones se invisibilizan aún más.
c) La subrepresentación académica y la discriminación contra las mujeres en economía sí importa. Son muchas las razones que se podrían aducir para señalar que la situación que sumariamente he descrito tiene bastante relevancia porque la Economía es una rama del conocimiento de gran influencia social. Decía Keynes que personas prácticas que se creen exentas de cualquier influencia intelectual son, por lo general, esclavas de algún economista muerto.
El desarrollo del pensamiento y el análisis económico protagonizado casi exclusivamente por hombres durante muchísimos años y en gran medida en la actualidad, como acabamos de ver, está ligado a una representación del mundo muy específica. No es casualidad que el sujeto de referencia de la teoría económica sea un homo oeconomicus, el proveedor de recursos, quien se mueve en la esfera pública con libertad, racionalidad, egoísmo y buscando tan solo la máxima utilidad personal (no crea, quien no haya estudiado economía que exagero, como puede comprobarse en cualquier manual elemental).
Como bien dicen muchas mujeres economistas, costaría trabajo sostener que el ser humano se desenvuelve en la realidad de ese modo racional y coherente si se tuviera en cuenta, por ejemplo, que casi la mitad de los embarazos que se producen en el mundo son indeseados, es decir, si se tuviera un punto de vista más femenino de las cuestiones fundamentales de la vida humana.
Tampoco es casualidad que los valores de los hombres economistas sean tan marcados y diferentes a los de otros campos del conocimiento.
Como se ha podido comprobar, por ejemplo, son menos proclives a hacer donativos y obras de caridad que los de otras disciplinas (aquí); mantienen en mayor medida posiciones mucho más contrarias, por ejemplo, a dar propinas (aquí); son menos cooperativos que otros colegas en las negociaciones; y desprecian más los argumentos centrados en la búsqueda equidad en la distribución de recursos. Es anecdótico pero tiene su gracia que uno de ellos, Joel Waldfogel, publicara en 1993 un artículo, nada más y nada menos que en la American Economic Review, para demostrar que los regalos de Navidad son ineficientes y que generaban 4.000 millones de dólares de pérdidas irrecuperables (aquí).
El predominio de los hombres en la academia obliga lógicamente a que las mujeres que desean ascender en su carrera académica deban someterse a los criterios establecidos por ellos, a los perfiles masculinos estandarizados y estereotipados, contribuyendo así a reproducir un modo de evaluar y de promover el conocimiento que tantas veces se ha revelado como irrealista y desacertado. Es más, tiene un efecto perverso porque lo que suele ocurrir, desgraciadamente, es que la mayoría de las mujeres tienen que reforzar ese tipo de prejuicios y estereotipos para poder ascender.
En fin, la escasa y discriminada presencia de mujeres en la economía académica tiene costes no solo para ellas sino para la sociedad en su conjunto porque frena la innovación intelectual y lleva a soslayar enfoques y temas de estudio que tendrían que estar mucho más presentes en el análisis económico. Es, por tanto, una de las circunstancias que ha provocado que la economía se haya convertido en «una verdadera desgracia», como dijo Claudia Sahm, una antigua economista de la Reserva Federal que se atrevió a denunciar el acoso sistemático y la discriminación que sufrió así como la «cultura tóxica» del mundo de la investigación económica.
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