Nunca nos podíamos imaginar como iba a cambiar nuestra vida la presencia de un malvado “bichito” procedente del lejano oriente.
La Semana Santa del año 2019 se desarrollo como la de todos los años. Con la zozobra, propia del clima, por parte de las cofradías pendientes de la cambiante meteorología primaveral; las discusiones sobre la nueva ubicación de las tribunas; el nuevo recorrido de los desfiles procesionales o las diversas alternativas propias de cada Semana Santa. Las calles estuvieron llenas de turistas, de devotos y de participantes en los jolgorios de exaltación del alcohol, desgraciadamente cada vez más habituales. Se quedó sin salir alguna cofradía, algunos chaparrones y poco más. Como siempre.
El año 2020, bisiesto y siniestro, nos deparó una Semana Santa distinta. Un camino de la Amargura vivido desde el miedo y el confinamiento. Una vivencia de pérdidas irreparables por parte de muchas familias, que contemplaron desesperadas como alguno de sus familiares revivía una pasión y muerte terrible en sus propias carnes. Los malagueños se asomaban a sus balcones, en este caso, no para ver pasar sus titulares ni para cantar saetas. Se conformaban con agradecer con aplausos el denodado trabajo de los sanitarios y cuantos cuidaron de nosotros en esos días. Cada día a las ocho de la tarde nos emocionamos mientras manifestamos nuestra admiración por aquellos que portaron sobre sus hombros a los cristos vivos que se debatían entre la vida y la muerte en los hospitales.
Este año 2021 la Semana Santa se ha planteado de una forma totalmente diferente. Los responsables de las cofradías han decidido, creo que con gran acierto, acercar sus sagrados titulares al común de los mortales. Las imágenes se han abajado a ras de tierra, lo que permite descubrir lo cercanas que se encuentran a nosotros. Sin dejar de ser divinas, se han hecho más humanas. Con un poco de imaginación nos permiten acompañarlas a lo largo del Vía-Crucis de aquel lejano tiempo y a recorrer con ellas el nuestro propio de cada día. Este año con paro, pobreza y soledad más acrecentados que en años anteriores. Desgraciadamente se siguen produciendo las circunstancias propias de la pasión que se sufre en el Mediterráneo cada primavera, coincidiendo con la Semana Santa. La llegada, cuando no se quedan por el camino, de emigrantes procedentes de países en los que se sigue viviendo hambre y persecución. Mujeres embarazadas, niños y mayores vuelven a recorrer esa ruta en busca de la resurrección en un mundo mejor.
La buena noticia de hoy para los creyentes, sigue siendo la misma de cada año. El Cristo de los Evangelios resucita. Si no lo hubiera hecho, vana sería nuestra fe (decía San Pablo). Resucita en cada uno de nosotros cuando asumimos nuestro papel de hijos de Dios, hermanos de Cristo y templos vivos del Espíritu Santo. Entonces nos encontramos con el hermano y nos convertimos en sus manos, sus, oídos o su palabra para aliviar las cargas de los que sufren. Resucita en el otro. El que nos necesita y al que podemos ayudar en los momentos difíciles. “Con vosotros está”, dice el cántico.
Esta Semana Santa tenemos otro tipo de procesiones. Aquellas que nos permiten acercarnos mucho más a los que sufren. Los templos se han vuelto a llenar de personas que aprovechan la cercana exposición de las imágenes para rezarles y pedirles fuerza para salir de la difícil situación en la que nos encontramos. El segundo paso a realizar es la vuelta al mundo que nos rodea. Hacer patentes con los hechos los buenos sentimientos que han surgido en el fondo de nuestro corazón. Se puede.
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