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Desde hace un tiempo se llevan a cabo parodias y recitales sobre el Padre Nuestro y otras oraciones: me acuerdo de un grosero recital de hace unos años haciendo uso de la mal utilizada libertad de expresión. La parodia resultó ser irreverente, soez y asquerosa. La “poesía” que una señora (no recuerdo el nombre) “cagó” por su boca, ofendió los sentimientos religiosos de muchos creyentes.
Soy creyente desde mi más tierna infancia. Debo reconocer que este sentimiento no me llegó gratuitamente. Lo debo fundamentalmente al interés que tuvieron mis padres por transmitírmelo. De hecho, mis años de párvulo estuve escolarizado en el Colegio de la Presentación de María de Peñarroya-Pueblonuevo, en el que estuve hasta que hice mi primera comunión y del que tengo muy gratos recuerdos.
Abundan, en la Red, y en los libros, frases y sentencias sobre la Navidad, casi todas empalagosas y manidas. Se trata de aserciones como la que reza “la Navidad es la temporada para encender el fuego de la hospitalidad en el salón, y la genial llama de la caridad en el corazón”, atribuida a Washington Irving. Poco que añadir en el universo del lugar común como elemento central de cualquier retórica.
La periodista Ima Sanchís le pregunta a Olatz Rodríguez, ex gimnasta del equipo español y testigo de anorexia: “¿Dónde se encentra su incomodidad? La respuesta que recibe de la joven gimnasta es: “No me gusta cómo está estructurado el mundo, todo gira alrededor de la economía, todo es muy superficial y pragmático. Basta con mirar a la tele y pasamos de la guerra de Ucrania a un anuncio de perfume, disonancias que me hacen sentir que no quiero ser humana”.
La tarea del cristiano corriente o laico como un miembro más del cuerpo de la Iglesia, me sorprendieron sobremanera, en la medida que era un novedoso mensaje que luego el Concilio Vaticano II recogió en su Constitución Lumen Gentium en su Capítulo IV.
Lo que más daño puede hacer a cualquier creyente es observar como los “pastores” de la fe, nadan entre dos aguas al tiempo que guardan cuidadosamente la ropa. Cuando se juega con lo más sagrado que puede tener un ser humano, la vida, no se puede dudar, ni tartamudear, ni cerrar los ojos a realidades terroríficas. El balbuceo inseguro del abanderado no genera entusiasmo sino duda y cierta prudencia miedosa en la tropa.
Hace ilusión ver cómo los deportes van recuperando la asistencia masiva de todo tipo de personas interesadas. Hace ilusión volver a oír desde la calle los gritos de los aficionados. Hace ilusión contemplar la salida de los campos y escuchar las animadas conversaciones. Hace ilusión poder volver a la convivencia humana en todo tipo de actividades. Sólo hay un lugar en el que parece que la pandemia no ha decaído.
Hace unos dos mil cuatrocientos años fue ejecutado un hombre, un hombre gordinflón, un poco feo y bastante extraño, un hombre cuyas agudas preguntas lo condenaron a morir de forma dolorosa, aunque, según Platón, fue un hombre cuya dignidad y humor nunca abandonó. Sócrates murió por el hecho de hacer preguntas.
Virgen Bienaventurada, Reina de la humanidad, culmen de fe y caridad y de Cristo madre amada. Tú que estás en tu Morada junto a Dios, en cuerpo y alma, inunda mi ser de calma y pon sobre mí tu mano, para que sea un buen cristiano y pueda alcanzar tu Palma.
La Semana Santa del año 2019 se desarrollo como la de todos los años. Con la zozobra, propia del clima, por parte de las cofradías pendientes de la cambiante meteorología primaveral; las discusiones sobre la nueva ubicación de las tribunas; el nuevo recorrido de los desfiles procesionales o las diversas alternativas propias de cada Semana Santa. Las calles estuvieron llenas de turistas, de devotos y de participantes en los jolgorios de exaltación del alcohol, desgraciadamente cada vez más habituales. Se quedó sin salir alguna cofradía, algunos chaparrones y poco más. Como siempre.
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