Hace unos dos mil cuatrocientos años fue ejecutado un hombre, un hombre gordinflón, un poco feo y bastante extraño, un hombre cuyas agudas preguntas lo condenaron a morir de forma dolorosa, aunque, según Platón, fue un hombre cuya dignidad y humor nunca abandonó. Sócrates murió por el hecho de hacer preguntas.
Es interesante como las preguntas han condenado a muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia, preguntas que llevaron al progreso de la sociedad. Sin embargo, en la actualidad, en un momento en que se prepondera la libertad de expresión y el libertinaje moral, también se condenan a los que hacen preguntas; al mirar a mi alrededor me doy cuenta de que las minorías cobran relevancia y obtienen una voz (algo correcto, todos tenemos el derecho a expresarnos y a decidir sobre nuestra vida) también otros grupos son silenciados, este fenómeno lleva su propio nombre: “La cultura de la cancelación”.
Cuando el mundo político era controlado por la Iglesia Católica (algo bíblicamente incorrecto) eran ejecutados los que buscaban explicaciones fuera del marco “teológico católico” o los que preguntaban demasiado sobre las propias doctrinas, al ser un pueblo analfabeto el poder no se hallaba en la Biblia sino en aquellos líderes que supuestamente entendían lo que las escrituras promulgaban, originando uno de los periodos más oscuros de la historia, la inquisición; a los que intentaron llevar los textos sagrados al pueblo, traduciéndolos del latín al lenguaje común, se los condenó a la horca, otros fueron decapitados o quemados como herejes, William Tyndale es un buen ejemplo de ese tiempo, o el apóstol Pablo en la época romana. Aquel era un tiempo en el que debías correr más rápido que aquellos que iban detrás tuyo a caballo. Muchos científicos fueron asesinados o exiliados debido a esto: Hipatia de Alejandría, Giordano Bruno, Miguel Servet, etc.
Ahora pasa lo mismo, solo que con preguntas opuestas. Internet ya no ejecuta a quienes promulgan la inexistencia de un Dios, más bien, a quienes somos creyentes nos tachan de idiotas o anticientíficos, cuando existen muchos creyentes en el mundo científico; quienes tenemos valores tradicionales somos expulsados de las redes o nuevos círculos sociales, debemos cuidarnos de decir lo que pensamos para no ser degradados a la carpeta virtual de los retrógrados.
La libertad de expresión exige la confianza para poder contar a otros lo que opinamos sobre un tema, como dos amigos al charlar en un café, da igual que compartamos o no sus conclusiones. En la actualidad, tenemos sí o sí que aceptar como verdad cualquier opinión “ad populum” para no ser rechazados, despedidos o censurados.
Aquí hay que hacer dos pequeños-grandes matices, no todas las opiniones son respetables, las opiniones racistas, por ejemplo, deben ser condenadas; así como, la falta de respeto debe ser censurada. Algo obvio.
Aun así, pese a nuestro progreso como sociedad, las preguntas que sí son respetables aún se condenan porque causan úlceras a aquellos que buscan poder sobre otros, da igual qué pregunta, en cada momento de la historia siempre habrá alguna que nos lleve a la horca pública.
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