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Me invitaron a rezar por un político y acepté hacerlo

Recito una y otra vez el Padrenuestro y al meditarlo me quedo perplejo de que mucha gente no rece.
Francisco Rodríguez
martes, 6 de abril de 2021, 03:11 h (CET)

El año pasado recibí una invitación un tanto desusada: el compromiso de rezar por un político. Contesté que lo haría y di el nombre del político que elegí. He tratado todos los días de incluir a tal persona en mis oraciones.

Ya sé que esto de rezar parece no estar muy de moda, que es cosa de viejas y beatas. Efectivamente soy viejo pero no tengo conciencia de ser o haber sido un beato. Me confieso cristiano y pecador necesitado siempre de misericordia y perdón de parte de Dios.

Pregunto a más de uno si reza y elude la respuesta. Yo estoy seguro de que los que aprendieron a rezar de niños, aunque hayan abandonado la práctica volverán un día a recuperarla, si no se empecinan en negar a Dios.

La oración del Padrenuestro, que nos enseñó el mismo Jesús, podemos repetirla una y otra vez interiorizando su contenido. Llamar a Dios, al que hizo el cielo y la tierra, con el nombre de Padre debería hacernos temblar de alegría. Tomar conciencia de que es nuestro Padre y que nos ama, nos dejará perplejos y entenderemos la petición de que su nombre sea santificado y que su reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de paz y amor se haga realidad en este mundo. Esa es nuestra tarea por más que nos empeñemos en ignorarla.

Creo que hacer la voluntad de Dios aquí en la tierra, es mucho mejor que hacer la voluntad de los políticos que dicen gobernarnos pero nos enfrentan con sus programas, sus odios, sus bastardos intereses.

Pedir el pan nuestro de cada día es muy distinto de querer asegurar toda nuestra vida a fuerza de dinero y poder, tanto es así que solo pedimos para hoy ya que el mañana traerá su propio afán y nunca lo tenemos asegurado.

Creer que todo depende de nosotros, que podemos hacer siempre lo que queramos sin preocuparnos de la moralidad de nuestros actos, es una ofensa a Dios. Tenemos que pedir perdón de nuestra soberbia, de nuestra avaricia, de nuestra lujuria, de nuestra envidia, de nuestra gula, de nuestra ira y nuestra pereza. Si Dios no nos perdona cargaremos con el fardo de nuestros pecados por toda la eternidad.

Pero hay una condición ineludible: que también nosotros perdonemos a quienes nos ofenden a quienes nos hacen mal. Tenemos que perdonar a tantas personas a las que odiamos, o que nos caen mal, o que las ignoramos como si no existieran  o a las que no hicimos el bien que estuvo en nuestras manos proporcionarle...

Todo esto exige una profunda revisión. Hay que perdonar para ser perdonados. Ofender a Dios y ofender a nuestros semejantes vienen a ser la misma cosa y no perdonar a los demás nos cierra el camino del perdón de Dios.

Terminamos la oración del padrenuestro pidiendo a Dios que no nos deje caer en tentación y que nos libre del mal. El tentador es el diablo, Satanás, que nos ofrece la inmundicia del orgullo, de la incontinencia, de una engañosa libertad y nos susurra como en  el paraíso “seréis como dioses” y caemos una y otra vez en sus engaños.

Dios existe y es nuestro Padre dispuesto a perdonar si perdonamos y el demonio también existe buscando constantemente la forma de perdernos y alejarnos del amor de Dios. Hay que elegir.

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