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Espejismo ideológico en el Sáhara Occidental

Como en la ilusión óptica en que los objetos lejanos parecen reflejarse en una inexistente superficie líquida, nació el problema del desierto magrebí
Luis Agüero Wagner
jueves, 21 de mayo de 2015, 09:33 h (CET)
Nos cuenta la ciencia que en los desiertos tropicales, el aire en contacto con el suelo tórrido se calienta y su densidad varía de tal manera que, contrario a lo usual, el aire más frío se mantiene encima del más caliente, el cual fue calentado por la radiación reflejada por el suelo. Esto crea una densidad desigual en el aire que le otorga varios índices de refracción.

Este fenómeno contribuye a que en el desierto y en otros escenarios, un objeto lejano como una palmera se reproduzca invertida y parezca reflejarse en una superficie líquida.

Algo parecido sucede con el Sáhara Occidental, territorio marroquí donde surgieron las dinastías que gobernaron al mismo imperio almorávide, constituido por una confederación de tribus bereberes que se prolonga hasta nuestros días en el actual Marruecos.

El espejismo tiene su equivalente político en la logomaquia, que también se origina en este caso en el desierto del Sáhara, dado que en la polémica se atiende más a las palabras que al fondo del asunto.

Los espejismos ideológicos, que como falsos oasis se originan en el Sáhara, en lugar de originarse por densidad y temperatura del aire o distancia de visualización, tienen su etiología en la engañosa y perimida clasificación de estados africanos en “progresistas” y “reaccionarios” en razón de su alineamiento temporal con alguna de las dos superpotencias durante la guerra fría.

En el caso del Sáhara Occidental, bajo un burdo ropaje “progresista” al que son dados los mediocres, un hato de obsecuentes al discurso de las ONG que lucran con la tragedia de las tribus martirizadas en el desierto, insisten en la “justicia de la causa saharaui” con un entusiasmo digno de mejor causa.

Para ellos prolongar el sufrimiento para seguir lucrando con la ayuda internacional, y eternizar en el tiempo con nuevas vertientes, los planes del dictador Francisco Franco de convertir al Sáhara Occidental en un estado satélite de Madrid, es un buen ejemplo de progresismo.

Se valen para ello de unas repetitivas opiniones prefabricadas y frases hechas, sancionadas por un supuesto asenso común, que hacen circular como moneda contante y sonante valiéndose del poco análisis que se les dedican, y el escaso interés en ponerlo en tela de juicio.

A ello se añade el desconocimiento flagrante de las realidades históricas, políticas y humanas del África del que hacen gala los españoles, con su jefe de estado Mariano Rajoy a la cabeza, que ganó notoriedad internacional por su desconocimiento del mapa político africano.

España, ajena a razones geográficas e históricas y a la ecuanimidad como lo demuestra su ocupación de Ceuta, Melilla o las Chafarinas mientras reclama Gibraltar, ha decidido pasar por alto los cien años de tenaz lucha de los nacionalistas marroquíes contra la intervención colonialista europea.

Al irremediable prejuicio anti-moro parecen sumar el resentimiento por haber sufrido la peor humillación militar de su historia precisamente en Marruecos, en tiempos de Abdelkrim y la guerra del Riff.

También prefieren olvidar, porque cree que es fácil, que ese vecino africano que muchos desdeñan ha sido desde siempre mucho más culto, tanto que pudo regalarles un pedazo de su cultura en las maravillas que hoy se erigen como lo mejor del Al Andalus, desde los tiempos en que ese pedazo de territorio que hoy llaman España era conocido en el orbe como califato omeya de Córdoba.

Vale recordar, en fin, a estos “progresistas” el precepto de Gramsci según el cual la verdad, por cruda y desagradable que sea, siempre es revolucionaria. Y que en el Sáhara, como en todo desierto, es fácil dejarse engañar por los espejismos.

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