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Deuda moral de España en el Sáhara Occidental

El senado español ha rechazado una moción que proponía tomar medidas contra Marruecos por supuestos incumplimientos de resoluciones sobre el Sáhara marroquí
Luis Agüero Wagner
jueves, 11 de junio de 2015, 22:15 h (CET)
El senado español rechazó el miércoles de esta semana una moción de algunos opositores, que solicitaban al gobierno presionar en la ONU para adoptar medidas a favor de la “causa saharaui”.

La propuesta instaba a usar de manera arbitraria la posición que España tiene en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a favor de un grupo pro-argelino, el Frente Polisario. El portavoz del grupo señaló a favor de su propuesta la “deuda histórica y moral” de España, y recalcó que había llegado el momento de hacer justicia, considerando que se cumplirán en noviembre 40 años de la denominada Marcha Verde.

La poco sincera y menos convincente propuesta, solo fue una demostración más de las consideraciones tácticas y oportunistas a las que están sometidos los partidos políticos españoles, desde que el problema del Sáhara se convirtió, en la década de 1970, en un arma arrojadiza contra el gobierno de turno.

El problema del Sáhara es, además, menos conflictivo en el orden interno español que los de Ceuta y Melilla, donde también España tiene un abultada deuda moral. La izquierda española, que hace cuatro décadas reemplazó de sus muros los posters del Che por los del Frente Polisario, es la primera en aplicar la política del avestruz con respecto a estas llamadas “plazas de soberanía”.

La deuda moral de España debería también incluir a la intervención político militar en Marruecos, a la que un buen historiador español de la misma –el comunista Miguel Martín- calificó como “una de las más absurdas y criminales acciones coloniales de la historia mundial de la opresión de los pueblos”.

El sector militar de los africanos, es sabido, así como la España colonialista, consideraban según este autor a Marruecos como “un zoco, un mercado de ascensos y recompensas, medallas y cruces”. La izquierda española de la década de 1930, por su parte, tenía tanto o más prejuicios que su contrafigura, la derecha.

Lo dice con claridad el premio Cervantes de literatura Juan Goytisolo, en un párrafo doloroso para cualquiera, aún para los que no somos españoles: “Los hechos y palabras de los líderes republicanos, no ya de los Lerroux o Alcalá Zamora, sino de los Giménez Asúa, Martínez Barrio, Prieto o Largo Caballero, nos muestran que, ya fuesen liberales, socialdemócratas o marxistas, no procuraron jamás introducir ninguna modificación en la política colonial de Alfonso XIII y Primo de Rivera”

La administración colonial española en Marruecos, del lapso republicano entre 1931 y 1938, no intentó siquiera humanizar el sistema, dar ciertos derechos mínimos a los marroquíes, no tuvo la menor intención de darles la autonomía que hoy reclaman para el Sáhara.

Se limitaron a mantener la paz en Marruecos, una pacificación que mantuvo la paz de los cementerios que forjó la dictadura. Los marroquíes constataron con decepción que cuando realizaban peticiones a los partidos obreros de España, estaban literalmente predicando en el desierto.

En los programas de gobierno elaborados por el PSOE o el PC de España no figuró jamás la menor referencia a las reivindicaciones nacionales y sociales del pueblo “protegido”. Los obreros del Rif o la Xebala ni siquiera podían sindicalizarse, y el mismo partido comunista español no admitía ningún marroquí. Tal vez así honraban al mentado “internacionalismo proletario”.

La dictadura, la República y el Frente Popular no fueron más que tres fórmulas imperialistas que concurrían en el fin de expoliar un país. Los marroquíes jamás notaron la diferencia entre un líder marxista español y personajes como Indalecio Prieto, Gil Robles, Alfonso XIII o Primo de Rivera.

Su prioridad siguió siendo la misma en 1931, la señalada por Alfonso XIII en 1925: “exterminar como se hace con las malas bestias, a los Beni Urriaguel y a las tribus más próximas a Abdelkrim”. Sobre los métodos, es elocuente el párrafo que en un telegrama del 12 de agosto de 1921 el general español Dámaso Berenguer escribió justificando el uso de armas químicas: Siempre fui refractario al empleo de los gases asfixiantes contra estos indígenas, pero después de lo que han hecho y de su traidora y falaz conducta (en Annual) he de emplearlos con verdadera fruición”.

Que sus herederos hoy hablen de una “deuda moral de España” para favorecer viejas intenciones neocoloniales, es solo una hipocresía a la medida del humanismo inherente al colonialismo, que como dijera Sartre, no deja de hablar del hombre pero lo asesina dondequiera lo encuentra. El humanismo español pretende que los desdichados pueblos del Sáhara son universales, pero sus prácticas y prejuicios racistas los particularizan si son marroquíes.

Si algún militante de la izquierda española tiene el valor de leer estas líneas, debería avergonzarse tanto como la izquierda de otras latitudes se avergüenza cuando descubre los crímenes colonialistas que sus correligionarios cometieron en Marruecos.

Recuerden que la vergüenza, como ha dicho el mismo Marx, es un sentimiento revolucionario.

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