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La pesada herencia del Caudillo en el Sahara Occidental

La indecisión del dictador español Francisco Franco, ante propuestas razonables del rey Hassan de Marruecos, dejaron una pesada herencia en el desierto
Luis Agüero Wagner
viernes, 10 de julio de 2015, 11:00 h (CET)
En abril de 1963, el rey Hassan II de Marruecos, impulsado por las necesidades políticas coyunturales que imponían las primeras elecciones que celebraría su país tras la independencia, consideró que era el momento de negociar con España para recuperar el Sahara Occidental marroquí.

Para el efecto, llamó al embajador español en Rabat, Manuel Aznar, y le pidió llevar un mensaje al caudillo español Francisco Franco. En el archivo del ministro Fernando María Castiella, conservado en la Real Academia de la Historia, se encuentra la transcripción íntegra de la entrevista.

Aunque hablar del tema se imponía y hubiera ahorrado una pesada herencia española en el Sahara Occidental, los relojes habían parado en Madrid. Como buen retardatario, el dictador decidió que aún no había llegado la hora para España.

El monarca marroquí había hecho una argumentación simple pero lógica. Marruecos era un país que con el tema del Sahara resuelto se convertiría en un aliado seguro y estable para España.

En su argumentación el rey Hassan también mencionaba como riesgo una vertiente de la realidad que los latinoamericanos conocen muy bien: La inestabilidad propia de países pequeños y presionables, para decirlo con palabras del rey “paisitos, estados fantoches, como ya se ha hecho en distintos lugares del Africa”. Estos “paisitos” por lo general son un invento que terminan sirviendo a oligarquías portuarias y burguesías intermediarias, como ha sucedido por mucho tiempo con países pequeños en Latinoamérica.

Hassan también observó en sus apreciaciones que no era prudente para España ignorar los aires descolonizadores que corrían por el mundo y perpetuar el dominio colonial sin inmutarse.

Ignorante del casi insuperable enredo que crearía con su actitud, Franco desestimó las propuestas del visionario rey de Marruecos.

Dicen las crónicas que Hassan II no se dio por vencido, y realizó un segundo intento en el verano del mismo año 1963. A pesar de la cordialidad de la nueva entrevista en Barajas, el acuerdo para devolver el Sahara de donde habían surgido varias dinastías que gobernaron Marruecos jamás se logró.

Como entonces aún no existía el Frente Polisario, ni el libreto asignado a éste por Argelia, la cesión negociada del Sahara a Marruecos hubiera pasado con normalidad en las Naciones Unidas como una salida legítima de descolonización.

Pronto ese momento de la historia en que el Sahara pudo ser marroquí sin mayores traumas ni objeciones por parte de la comunidad internacional, como sucede con casi todas las oportunidades perdidas, se iría para siempre.

A fines de septiembre de 1963, se agravó la disputa por los “confines argelino-marroquíes” que Francia había arrebatado a Marruecos para incorporar a Argelia. Fue la guerra de las Arenas, entre Marruecos y Argelia, dolorosa guerra entre hermanos generada por la nobleza del soberano marroquí, que se había negado a negociar sus fronteras originales con De Gaulle en solidarida con Argel.

Esa guerra sería el punto de partida del perdurable desencuentro histórico entre Argelia y Marruecos, que hizo que el diálogo y las fronteras entre ambos países se cierren.

Dice un proverbio árabe que hay cuatro cosas que nunca vuelven: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada. Todas ellas y de una sola vez se fueron para España y Marruecos en aquel abril de 1963, dejando a la posteridad la pesada herencia del caudillo en el Sahara Occidental.

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