Me encuentro leyendo las frases de la memoria. El silencio en el ambiente perdura altivo, lleno de gracia. Proust con su exquisita prosa me va sumiendo en mis propios recuerdos, y cerrando los ojos me dejo llevar. Sin embargo, ¿qué son los recuerdos? ¿Una imagen fidedigna acaso o una fantasía con algo de realidad? ¿Acaso nos es posible saberlo? ¿No es, más bien, el recuerdo una imagen sesgada, una mentira de nuestra propia existencia?
Lo único que puedo afirmar es que el recuerdo que brota en el interior del vals que gira y gira en perfecta sincronía, un futuro que se convierte en presente, un presente que queda atrás, con cadencia se van remplazando uno sobre el otro mientras el viento del pasado va dando como resultado un nuevo segundo eterno, y éste un futuro de ilusión. Esto si el recuerdo es bueno y placentero; si es ansioso o depresivo es la ruina de un alma cansada. Yo he tenido ambos, días en donde mi pasado me revitaliza y otros en donde las mañanas lluviosas cobran una realidad terrenal de muerte.
Leer a Proust o a Faulkner es en cambio vigorizante. Literatura en la que nuestro ritmo debe aminorar, es entrar en una especie de trance, en una burbuja onírica de realidades mayores que el mundo digitalizado que nos rodea, es regresar a la vida. Debemos aprender a degustar cada palabra y, como un baile, dejarnos llevar por la cadencia poética del color, las texturas y las sensaciones que nacen de las palabras bien escogidas. Imposible leer a Thomas Mann o a Rilke sin haber hecho un pacto con nuestro futuro, nuestras preocupaciones cotidianas deben ser calladas para poder disfrutar a Rimbaud o a Baudelaire; se vuelve un canto al unísono, sentimos lo que el autor quiere que sintamos, lloramos y reímos con él, temblamos y nos conmovemos también.
Libros que imponen por sus párrafos largos y su estructura ajena a los 140 caracteres de Twitter o a la poesía de Instagram (frases propias del día de los enamorados o el de las madres). No resulta extraño que las personas eviten estos autores, menos ahora, en una época cuya atención es de 5 a 15 segundos (el tiempo suficiente para poner me gusta y darle scroll), en donde la televisión ocupa mucho tiempo con poco esfuerzo mental, la adicción es fuerte, yo la tuve por muchos años, me costaba leer una página, si quiera.
Sin embargo, cuando vencemos esa barrera somnolienta del mundo moderno, la lectura se vuelve una forma más de vivir, de experimentar situaciones y emociones que bien no pertenecen a nuestra realidad pero que indudablemente se vuelve un recuerdo más que se funde en la mentira de nuestra memoria, empezamos a sentir una imagen anterior de otra forma, con otra textura y color. ¿Podemos saber, entonces, qué es real?
No importa o importa poco. Nuestra realidad es interpretada por nuestro bagaje mental, por toda nuestra experiencia vivida. Eso es la vida. Y como en un baile abro los ojos y me dejo llevar por la pluma bien contada.
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