Esta semana me despierto aplicando un traductor mental que convierte el 1 de septiembre en el 15 de marzo, y así sucesivamente. Casi nadie sabe a ciencia cierta si esta noche toca esto o lo otro, o si se reparte tal premio aquí o allá, o si el toque de queda se queda únicamente en el toque.
Anochece media hora más tarde que en marzo y durante la mañana hay unos 10 grados más de temperatura. Las próximas vacaciones no están a tiro de piedra sino a un trimestre de distancia. Aquí tenemos un síndrome post para quienes tienen la suerte de fichar y acaban de regresar de tostarse al sol. Tenemos por delante el ocaso del otoño y no el amanecer de la primavera. Estamos girados demasiados grados en el meridiano del calendario para no darnos cuenta.
Pero está la curiosidad, y la inusualidad. La certeza de estar ante lo único, la sensación de no volver a vivirlo. La espera para muchos inaguantable, y ahora medio satisfecha. El recuerdo de algo truncado que se resuelve. La normalidad reclamando espacio para crear una semana anormal. Así funciona esto.
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