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Mantener la unidad de España

“Si quieres lograr lo que aún no has alcanzado necesitas hacer lo que aún no has intentado”. Anónimo
César Valdeolmillos
martes, 15 de septiembre de 2015, 05:57 h (CET)
No sé si somos conscientes de la gravedad de la situación que se puede dar a partir del día 27, sea cual sea el resultado de las elecciones autonómicas en Cataluña. Los nacionalistas catalanes han declarado la guerra a todos aquellos que no comparten sus delirantes y enardecidas ambiciones, considerando enemigo agresor a todo el que no participe de sus postulados, incluidos los propios catalanes que difieren de su proyecto independentista y a los que califican de malos catalanes.

Del análisis de su pensamiento político se extrae la conclusión de que el mismo se basa en el autoritarismo dictatorial y xenófobo y tratan de imponer su ideología por medio de la mentira y la propaganda. Exactamente igual que en tiempos no tan lejanos hizo el nacismo.

Consideran que todo el que no está con ellos, está contra ellos y no les importa romper, quebrar, fragmentar, enfrentar y dividir a la misma sociedad de la que forman parte. No les importa provocar la susceptibilidad en las relaciones laborales, el entredicho entre los vecinos, la desconfianza entre los miembros de la familia. En suma, hacen saltar en pedazos la unidad y armonía social de un pueblo, camino que irremediablemente termina por hundirlo en la miseria.

Dicen que un millón de personas protagonizó la marea humana que asistió a celebrar la diada, como muestra del sentimiento de un pueblo. La verdad es que no sé qué era lo que había que celebrar, ya que dividir, desmembrar, desintegrar, separar, siempre es el resultado de un fracaso.

Pero en cualquier caso, fueron millones de catalanes los que no asistieron a la apoteosis de su propio suicidio. Millones de catalanes sometidos al silencio y que por miedo a verse marginados socialmente no se atreven a exteriorizar su discrepancia. Millones de catalanes que se sienten despreciados en su propia tierra. Millones de catalanes que necesitan desesperadamente sentirse queridos, arropados y protegidos por el resto de los españoles.

La historia nos ha enseñado que cuando los pueblos son conducidos por la megalomanía de las pasiones, al final terminan pagando muy cara su aventura. Sin embargo no es menos cierto que las pasiones no pueden ser contenidas por la lógica de la razón. Ni tampoco puedes luchar contra ellas oponiéndoles otras emociones porque ello sería como prender la mecha que conduce al polvorín.

El problema está planteado y cualquier persona sensata coincide en que la solución al mismo necesariamente habrá de pasar por el diálogo e incluso reformar si es necesario la Constitución.

La gran pregunta es: diálogo ¿Para qué? ¿Para encontrar una fórmula legal que enmascare la realidad de unos privilegios —puesto que de eso se trata— tras la falacia de las mal llamadas singularidades históricas?

Singularidades históricas las tiene hasta el más pequeño rincón de este legendario país llamado España. Y todo lo que conduzca a impulsar la desigualdad entre miembros de una misma sociedad, no solamente no soluciona el problema sino que lo perpetúa y lo robustece a favor de la parte reivindicativa que en cada una de las batallas que presenta, al final siempre consigue no solo afianzar sus posiciones, sino que va ganando terreno en sus pretensiones.

Ahora es cuando ha llegado el momento de no preguntar qué puede hacer nuestro país por nosotros, sino de saber lo que nosotros podemos hacer por nuestro país. Y podemos hacer mucho, si de verdad amamos con entusiasmo la tierra que nos vio nacer y sentimos respeto por nosotros mismos.

Mantener la unidad de España, siempre será una obra grandiosa y lo grandioso, jamás se logró sin entusiasmo.

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