En el romance tradicional El traidor Marquillos se narra cómo Marquillos asesina a su señor, se pone sus ropas y se va hacia la casa de este donde se hace pasar por él para que la esposa abra. Una vez dentro, la intenta violar, pero ella logra convencerlo para que esperen y mantener relaciones a la mañana siguiente. Cuando Marquillos se queda dormido, ella lo mata. Este truculento y sencillo texto medieval, actualizado y simplificado por mí, tuvo que ser analizado por mis alumnos de 1º de bachillerato en su último examen y un buen porcentaje de ellos no fue capaz de entenderlo, escribiendo una serie de barbaridades que distaba mucho de lo que habían leído, mostrando en sus comentarios que su comprensión lectora era muy mejorable.
El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, celebra que en España cada vez se lea más y que el 75,3% de los jóvenes españoles de entre 14 y 24 años lo haga en su tiempo libre. Los datos los ha extraído del barómetro de “Hábitos de Lectura y Compra de Libros 2024”, encargado por el Ministerio de Cultura. También asegura que la gente lee cada vez más y que el porcentaje de población general que lo hace ha subido hasta el 65,5%, todo un éxito desde la óptica de Daniel Fernández, presidente del gremio de editores, que afirma que hay que desterrar el tópico de que en España no se lee y felicitarnos por ello.
Más allá del grado de verdad que cada cual quiera conceder a la estadística, de la que Mark Twain dijo aquello de “hay tres tipos de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas”, el dato contrasta con la realidad que presentó el último informe PISA en junio sobre nuestros jóvenes y que establecía que estos tienen graves problemas de comprensión lectora, siendo este un informe realizado sobre resultados evaluables y no sobre preguntas a pie de calle. Si fuera cierto que leen tanto, lo que debemos extraer es que no lo hacen bien, algo que se confirma desde el aula al ver las dificultades que presenta el alumnado para entender lo que lee y captar la intención del que escribe, porque una cosa es que lean y otra muy distinta que entiendan lo que lean.
Al preguntarles por ello para intentar localizar qué es lo que falla, coinciden en que lo hacen a todo prisa, que se dispersan, que lo dejan todo para el final, que se agobian y que acaban mal leyendo alguno de los múltiples resúmenes que la red ofrece o pidiendo a la IA de turno que lo haga por ellos, no adquiriendo personalmente lo leído y quedándose desprovistos de pensamiento propio. Si en eso consiste leer, por supuesto que lo hacen, pero no sé yo si es meritorio ponerse una medalla por ello, sobre todo al confirmar la tendencia con el otro informe PISA, el que mide el nivel de los adultos, publicado el pasado diciembre, y en el que se obtiene un dato similar al de los adolescentes, dejando claro que el problema de la comprensión lectora es común a toda la población.
Decimos que leemos, sí, pero demostramos que no comprendemos lo que leemos. Quizá el problema esté en la prisa con la que acometemos todo en nuestros días. Atravesamos una época veloz donde todo termina casi antes de empezar. Nos apuntamos a cursos rápidos de cocina, de idiomas, de pintura, de lectura sin entender que el verdadero conocimiento necesita atención y reposo y que la velocidad solo es buena para huir de algún peligro, algo que, aunque algunos la perciban así, no es la cultura.
Tal y como escribiera Woody Allen: “He hecho un curso de lectura rápida. Me he leído Guerra y paz en 20 minutos. Creo que habla de Rusia”. Pues eso.
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