«No sé lo que quiero escribir». La página en blanco, algo terrorífico para cualquiera que esté vivo; ya no para un escritor solo, más bien para quien vive. Piensa en esto, es nuevo el mundo, ni siquiera podemos pretender saber lo que pasará; podemos pretenderlo, pero, no saber.
La vida es nuestra hoja en blanco a la que muchos le tenemos miedo, sin embargo, una gran excitación por vivir y aprovechar cada segundo y sentir la eternidad del presente también crece en nuestro interior. La dualidad de la que las tradiciones hablan también se da aquí. El temor a vivir no es ajeno al gusto por hacerlo, es el complemento en este presente sistema de cosas; es un temor agridulce, un sabor que estimula, por decirlo de alguna manera. Un escritor al tener miedo se sienta y escribe, un pintor se sienta frente a su caballete con el pincel en la mano y la paleta en la otra y pinta, de a poco, muy pausadamente las ideas surgen y se empieza a vivir de forma artística, sintiendo cada elemento de la existencia.
Ayer viendo la película de «Coco Chanel» una frase permanecía en medio de la trama: «La vida real puede ser más dura que la ficción».
Las mejores obras nacieron desde lo real, desde aquello “honesto” que decía Hemingway. Honestidad no es una obra que simplemente surgió de nuestras entrañas… un cuadro, un verso sin técnica: «Este poema es bueno porque es lo que sentía». Eso es una burla al arte y a lo que representa. Ser honesto es usar la técnica para contar lo que uno quiere contar. La poesía no es un diario de pensamientos y emociones, un cuadro no es un lienzo pintado, el arte debe tener técnica, y también la vida.
La vida es compleja, es cierto, la vida es realmente complicada, el lienzo no siempre es el mejor, la hoja se rompe y el lápiz también, pero un artista de la vida escribe, pinta, vive. Vivir es un arte, y como cualquier arte debe ser practicado con regularidad, mejorar la técnica, la proporción, el ritmo narrativo, encontrar el pulso, el tempo de la existencia, el momento que resulta eterno.
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