Pedro Sánchez, entrevistado por Carlos Franganillo, en la uno de TVE. Tras el verano, expectación para ver por qué el presidente del Gobierno iba a la tele. Reedición del ‘Aló presidente’. Autobombo. Puesta en escena para encarar el curso político. O el anuncio de medidas destinadas, primero, a asegurar su inquilinato en la Moncloa y, después, a encarar los problemas nacionales. Con esos supuestos: Profesionalidad en TVE. Manipulación. Preguntas pactadas. Diseño de la entrevista a medida. Y el chorro, en chorreo, de unos problemas nacionales que, mal que bien y con algún roce, repasó Franganillo: Fricciones entre socios del gobierno de coalición. Trueques con independentistas catalanes y vascos. S.M.I. ante agentes sociales. Brida para empresarios y sindicatos. Pensiones. Lio en el CGPJ con discurso-sermón del Presidente del Tribunal Supremo a Sánchez. Maquillaje y atuendo cuidados. Movimiento de manos y cruces de piernas ensayados. Y freno a un periodista-entrevistador incómodo e incomodado. Pero, de pronto, saltó el desliz: LA VIDA. Sin darse cuenta, o dándosela, Sánchez mostró que se cree dueño y señor de vidas ajenas, de las nuestras. Después, casi al final, hizo lo propio al referirse al DINERO, nuestros dineros y haciendas.
VIDA y DINERO. Con ellos in mente, la comparecencia de Sánchez y lo que escenificó o dijo son cuestiones menores. Sin pensarlo, o pensándolo, Sánchez demostró que se cree dueño y señor de vidas y haciendas. Con lo que implica: Un absolutismo impropio de nuestra época y sistema político.
No estamos, sólo, ante un presidente de Gobierno que cree tener poderes para decidir sobre todo. Hemos soportado a un gobierno, el suyo, que decidió sobre la vida de los enfermos de la Covid-19, atendiendo a los jóvenes que pudieron vivir, o relegando a los ancianos que murieron aislados. La cuestión se medio justificó por las incompetencias de Salvador Illa, Fernando Simón y sus gentes; y se disimuló con el flujo de una información mentirosa y tramposa.
Pero en la comparecencia de Sánchez, su retrato fue atroz. Hemos vacunado, dijo, a todos; sin ver ni pedir condiciones políticas, incluso a votantes del PP y VOX. Hasta ahí podía llegar. Y llegó. Magnánimo, vio qué hacer y, según él, vacunó a todos. No es, sólo, la necesidad próxima al crimen de los que, allá sus conciencias, trampearon con la verdad para no proteger con unas mascarillas y medios que no compraron, decretar un estado de alarma o variar criterios y disposiciones a su conveniencia. Es la evidencia de que Sánchez, acaso también a alguno de sus ministros (por convicción, fullería o ignorancia), acepta la posibilidad de administrar, permitir o negar el derecho humano y constitucional a la vida.
Lo anterior, gravísimo, define la comparecencia de Sánchez y lo enfrenta a lo que dijo. Se podría buscar una disculpa para lo que pudo ser, y no fue: el desliz o delirio de un iluminado. Pero es que el desacierto sobre la administración de vacunas, no es el gazapo bobo de quien mezcla poses y chorradas con lo importante.
En la misma onda, adornado con monsergas, también Sánchez adelantó la decisión del Consejo de Ministros para, ¡ojo al derecho constitucional de la propiedad privada!, intervenir en los dineros de las empresas que se ocupan del suministro de energía. Pueden permitírselo. Vamos a topar precios: Fueron los argumentos-disculpas para rebajar el precio de la energía, y mostrar ante su electorado (supuesto) un afán para tratar de reconducir, a destiempo, una situación social que se ha ido de las manos. Por el mismo motivo, y ahí está el peligro, no sería extraño que este Gobierno interviniera en las distintas actividades de la actividad privada. Para atemperar el mercado en el Estado democrático y social en beneficio de alguien, podría argüirse como motivo. Para echarse a temblar: Libertad de empresa recortada, derecho a la propiedad intervenido. Derechos y libertades tasados. En fin, sin respeto a la ley, imposición del Gobierno.
A bote pronto, lo mostrado por Sánchez, puede ser fruto de una preparación personal deficiente, el error de un partido, el PSOE, que reniega de su historia, o el resultado de una situación como la actual, en la que concurren las circunstancias que lo permiten. También es el aviso de lo que hay y puede venir: Un Gobierno capaz de comprometer nuestro sistema político y condicionar nuestro futuro en una aventura impuesta a todos.
En consecuencia, no son Sánchez, el PSOE, Unidas Podemos y los ministros de este gobierno los responsables de los deslices que aparecieron en la tele. Son responsables, todos ellos, de estar y colaborar en la organización que propicia lo que apuntó, acaso porque se le escapó, Sánchez.
Desde esta situación y en conciencia, caben algunas opciones: Ministros que, escandalizados por los ataques a la vida y la propiedad, dimiten. Refriegas en el Consejo de ministros. Abandonos de militancia. Roturas de carnets. Son posibles. Tras lo visto, cabe suponer que todos, aunque sean ministros o vivan de la actividad política, tienen algo que es propio de la condición humana: Rechazo a una situación en la que, a estas alturas de la historia, alguien pueda creerse y actuar como dueño y señor de vidas y haciendas.
|