El 29 de septiembre de 1932 fuerzas militares paraguayas lograron tomar el Fortín Boquerón, en poder de los bolivianos. Mucha tinta ha corrido desde entonces en la historiografía militar, que fue adecuada a su antojo por las dictaduras, pero los aspectos más relevantes de aquellos acontecimientos, siguen en la semipenumbra a pesar de haber transcurrido más de ocho décadas.
Boqueron había sido denominado el “Verdún boliviano” por sus defensores, dando a entender que jamás caería. Evocaban al efecto la famosa y sangrienta batalla de la primera guerra mundial, a la que el escritor Paul Eluard había descripto como “un duelo entre Francia y Alemania ante todo el universo”.
A diferencia de la ciudad francesa, el fortín en manos bolivianas acabaría cayendo, como lo harían una tras otra las posiciones bolivianas. Sin embargo, en varios momentos como Campo Vía, la guerra se detuvo de forma inexplicable, en armisticios en los cuales muchos entrevieron la mano larga de la empresa petrolera Standard Oil, a la que el recordado senador Huey Long había acusado en el mismo Congreso de Washington de financiar la matanza mutua entre paraguayos y bolivianos.
Me consta que muchos paraguayos siguen negando, a pesar de la evidencia, que la cuestión de los intereses en el subsuelo del Chaco jugó un papel de primerísima importancia en la matanza entre paraguayos y bolivianos. Mientras tanto, reveladores trabajos norteamericanos como “Politics of the Chaco Peace Conference” del historiador Leslie B. Rout, se encuentran a mano pero duermen el sueño de los justos en la biblioteca del Centro Cultural paraguayo americano de Asunción.
Boquerón, a pesar de su valor anímico y propagandístico para el Paraguay, se terminaría convirtiendo en una derrota pírrica de los paraguayos y en una victoria moral boliviana. Ello debido sobre todo a la pésima conducción del general José Félix Estigarribia, quien luego iniciaría la nefasta galería de dictadores neo nazis en Paraguay, con la constitución totalitaria de 1940. Precisamente el mismo Estigarribia sería elevado a la presidencia del Paraguay, a cambio de su participación irregular en las negociaciones para la paz del Chaco en Buenos Aires,, en 1938. Se había hecho presente en esa ciudad abandonando la embajada paraguaya en Washington, sin comunicar al gobierno de Asunción, con una misión encomendada por el departamento de estado norteamericano. Preservar para Bolivia y las empresas petroleras estadounidenses, decenas de miles de kilómetros cuadrados que Paraguay tenía en su poder.
Habían abundado las voces premonitorias sobre esta guerra inexplicable, que Paraguay ganaría en los campos de batalla pero perdería en la paz. Ya en 1927 el internacionalista argentino León Suárez había realizado observaciones reveladoras sobre la tragedia que se asomaba cuando escribió: “Me consta que hay más de 20 yacimientos petrolíferos en la zona occidental del Chaco Boreal, explotables, que necesitaban de oleoductos por donde derramarse en el río Paraguay. Los que están a la altura geográfica de Bahía Negra (20°) podrían salir arriba de Fuerte Olimpo. De no facilitar esa salida el Paraguay, vendrá la guerra con Bolivia, es decir, con la Standard Oil Company”. El ingeniero Green, cateador de petróleo en el Chaco, había hecho por la misma época, según Alfredo Seiferheld, las siguientes revelaciones: “En la zona que se dilata entre el meridiano 60° de Greenwich y el 29°30’ y 40’ debajo del paralelo 20° hasta el 23° y 38°, la Standard Oil Co. cateó y comprobó la existencia de 19 yacimientos petrolíferos. Diez de ellos están entre los paralelos 20° y 21°. Los otros entre el 21° y 24° al oeste del meridiano de Greenwich”. También antes de la conferencia pacifista de Montevideo de 1929, el delegado de la Unión Obrera del Paraguay, Rufino Recalde Milessi, había denunciado que “Una guerra entre Paraguay y Bolivia sería un gran crimen cuyas víctimas resultarían, al fin de cuentas, los trabajadores de ambos países. El litigio por el Chaco Boreal es una cuestión en la que entran en juego los intereses imperialistas. La región por donde pasa la línea del statu-quo es eminentemente petrolífera y en ella posee grandes concesiones la poderosa Standard Oil”.
En su obra “El dictador suicida” el escritor boliviano Augusto Céspedes se refirió a la guerra del Chaco como un “simiesco ensayo imperialista del que fueron víctima las juventudes de Paraguay y Bolivia en una matanza que se consumó durante tres años ante la indiferencia del continente y con el aplauso de la opinión porteña, dirigida por su gran prensa democrática”.
El imperio del anglo-holandés Henri Deterding, sir de su majestad, se enfrentaba al imperio de los Rockefeller por pura rivalidad empresarial, escondiendo sus intereses tras las banderas de las reivindicaciones patrióticas de dos países pequeños y manipulables.
“Pensad un momento -escribió Theodore Drieser, famoso reportero del Chicago Daily Globe - en esas decenas de miles de infelices bolivianos y paraguayos que se mataron unos a otros en aquel infierno, nada más que para decidir si Deterding o Rockefeller habrían de llevarse el petróleo. Nada más que para eso”.
Dijo Gladstone que en sus efectos morales se parece la guerra quizá más que nada al descubrimiento de una mina de oro. Se refería a que la fiebre del oro aviva la llama de la codicia a tal punto que no se miden consecuencias.
El aserto confirma su acierto no sólo cuando se trata de la intervención de los intereses petroleros en la guerra del Chaco, sino también al constatar la mano larga que tienen para mantener una anacrónica censura sobre un pasado inconveniente.
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