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Opinión
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Aviones

De vez en cuando nuestra tranquilidad se ve turbada por el paso de aeronaves que dejan un ruido impactante
Manuel Montes Cleries
lunes, 20 de septiembre de 2021, 09:51 h (CET)

Parece ser que estoy predestinado a vivir bajo el pasillo que utilizan las aeronaves para entrar y salir del aeropuerto, no excesivamente lejano, cuando operan desde el valle del Guadalhorce. Cuando vivo en mi paraíso playero sucede lo mismo. Todos los aviones que salen o entran en Málaga sobrevolando el Mediterráneo, pasan por la  vertical del Rincón de la Victoria. Para más INRI, tengo un par de vecinos cercanos que utilizan sus ultraligeros para volar sobre  las playas de la Costa Oriental rozando las partes altas de los edificios.

      

Esta situación no es excesivamente incómoda. Sobre todo cuando llegas a acostumbrarte a su estruendo, pero la pasada semana nos sorprendió el paso de unos reactores a todo trapo por una franja paralela a la costa. El ruido infernal nos alarmó hasta que pudimos recordar que se preparaba una exhibición aeronáutica en Torre del Mar.

     

Siento gran admiración por la pericia de los pilotos de todo tipo de artefactos voladores. Les considero unos superdotados y unos extraordinarios especialistas en su trabajo o afición. Pero esta fascinación se ha visto incrementada al poder ver la actuación de los aviones anti-incendios durante la horrorosa catástrofe de Sierra Bermejo. No me puedo imaginar como consiguen cargar sus depósitos de agua sin apenas rozar la superficie del embalse en el que toman el líquido elemento. He podido observar, a través de videos subidos a las redes sociales,  como se forma una especie de cola de aeroplanos que descienden, cargan y despegan en pocos segundos. Tres o cuatro seguidos en menos de 30 segundos. Lo mismo sucede con los helicópteros que cargan bolsas de agua que descargan en el lugar afectado con gran precisión.

     

La buena noticia de hoy me la transmiten estos esforzados pilotos. Unos y otros. Los que nos defienden de posibles ataques bélicos y los que nos defienden de esos terribles incendios provocados por la especulación o la simple mala leche.

   

La presencia del ejército del aire para un lado y los del Infoca para el otro, constituyen mi buena noticia de hoy. Un ejemplo de excelente servicio a la comunidad. Me ha emocionado el trabajo de los militares que han luchado por la evacuación de  Afganistán, pero, claramente, me decanto por esos héroes, en sus locos y viejos cacharros, que se juegan la vida para salvar esos bosques y los pueblos limítrofes que sufren de vez en cuando las consecuencias de los incendios, casi siempre provocados por la ignorancia, la dejadez o la mala leche. Héroes anónimos que deberían dejar de serlo.   

    

(Nota). No quiero olvidar al personal de tierra, a los bomberos, protección civil y voluntarios. Especialmente al bombero fallecido. Pero hoy quiero resaltar a los pilotos.  

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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