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Metafísicos y progresistas

Alex Vidal
jueves, 8 de octubre de 2015, 22:18 h (CET)
Decía Napoleón que “hay picaros suficientemente picaros para portarse como personas honradas”. Son los metafísicos; hoy día no vinculados necesariamente a una filosofía idealista. Moderados y socialmoderados hacen del misterio político una estricta vía otorgada para entender la democracia. Para todos ellos, la única acción transformadora posible sólo se concibe desde la dependencia del crédito, desde la prescripción de la banca y el monetarismo global. Los metafísicos saben apropiarse del lenguaje en el que descansan los sueños e instintos de los espíritus vulgares. Llevan toda la vida partiendo el pastel, administrando una particular redistribución de la riqueza patria. Identidad, banderas y símbolos conforman buena parte de sus garantías. Como resultado, la política queda suspendida en el éter y la abstracción, rehuyendo cualquier creación política real. La patria de los metafísicos no es sino una circunstancia, un instrumento a su servicio.

Cuando la redistribución de la riqueza tiende a la concentración, queda el truco banderizo para que las minorías gestoras de cada territorio (central o periférico) continúen administrando sentimientos, agravios y desafíos. En nuestro tiempo existe lucha de clases pero no existe conciencia de clase. Los distintos grupos sociales se muestran huérfanos del elemento de subjetivación política que los identifica. En consecuencia, la construcción de las distintas mayorías sociales o populares, se alimenta de usos y costumbres; de una suspendida identidad en abstracto. Los metafísicos, aspirantes a gestionar la sociedad, saben consagrarla.

Tampoco en Cataluña las fuerzas de progreso fueron capaces de concebir un proceso de creación sin el concurso de los metafísicos. Ciertos líderes de una gran mayoría de progreso, huérfanos de medios que vertebrasen su mensaje, optaron por el respaldo en la sombra, por el lenguaje apropiado que los catapultara, por la instantánea vertebración de su sentido común. Erigidos en aliados, sus maestros de ceremonias no fueron otros que sus tradicionales adversarios, porque una cosa es el necesario encaje de un sentir identitario y otra, la utilización que de ese sentir hace cada minoría gestora en base a la consecución de sus intereses.

Es cierto que en el caso catalán, el deseo de abandonar una lógica estatal (y autónoma) adulterada, ha propiciado que una mayoría de progreso soberanista, orientada hacia un acto de creación política, se dejara arrastrar por el truco metafísico: “siendo soberanos, (además de recaudar y gestionar nuestros impuestos) la ideología materializada en Cataluña podría diferir de la actual”. Pero es ésta una argumentación que a la hora de la verdad está llamada a la contradicción; a establecer un juego de mayorías y minorías muy distinto al pactado. ¿Dónde quedarían entonces los votos progresistas no separatistas? ¿Y dónde la política neoliberal desprovista finalmente de su banderizo disfraz?

Lejos del imaginario popular, la II República española se constituyó (no hubiera sido posible de otro modo) con el respaldo de una derecha que viendo agotada la impostura monárquica, creyó hacerse un traje republicano a medida. La aparente normalidad duro un verano; el tiempo que unas nuevas elecciones posibilitaron la primera constitución laica y progresista de España. Como resultado, en apenas unos meses la II República estaba condenada. De igual modo, lo que en verdad sí parece contar hoy, tanto en España como en Cataluña, es el agotamiento de la apariencia política. La Asamblea Nacional Catalana nació el 30 de abril de 2011. Dos semanas después, el 15-M de ese mismo año, los periódicos del mundo ilustraban sobre el malestar de una sociedad española indignada en la Puerta de Sol. Es cierto que, por desgracia, está por ver que el tiempo de la política sin otra voluntad que la de ver realizadas sus propias aspiraciones haya terminado. Si en el sonrojante panorama peninsular sobra hacer cualquier comentario, en Cataluña sin embargo, sí parece pertinente preguntarse: ¿hasta cuándo el hechizo convergente?

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