Sí, digo bien ¿qué culpa tenemos los españoles de que un marino visionario, rechazado por las restantes cortes europeas, especialmente por la de los más eximios navegantes, Portugal, recalase en España, fuese acogido por un fraile franciscano del convento de la Rábida, Antonio de Marchena, conocido como el “estrellero” por su afición a la astronomía, otro imaginativo como él, le hiciese caso y participase en sus descabellados propósitos, lo apadrinase y le ayudase a llevar a cabo tan irrazonable aventura, que se podía llegar al País de las especias por una ruta hasta entonces desconocida?
Qué culpa tenemos de que en España hubiese entonces una reina, que eufórica porque el 25 de noviembre de 1491 se formalizaron las condiciones de rendición o capitulaciones que la posesionaron del Reino de Grana, al que Fernando había prometido arrancarle uno a uno todos sus granos? ¿Qué culpa tenemos de que los esforzados guerreros, endurecidos en más de mil batallas por la reconquista de las tierras usurpadas por los musulmanes, acabada esta, se encontrasen sin una guerra en la que seguir peleando? ¿Qué culpa tenemos en que este marino visionario en la nueva ruta que pretendía descubrir se encontrase con unas tierras en el Atlántico de las que nadie había conocido ni hablado hasta ahora? Los que quieren quitarle todo mérito a España y desprestigiarla hablan de que fue Erik el Rojo quien primero descubrió América, Bien, haré un inciso para explicar lo de este “descubridor”. Hoy día todos los detractores de las proezas españolas minusvaloran la grandeza de que España descubriese América y dicen que antes que Colón la encontró el vikingo Erik el Rojo. Es un hecho que los historiadores no podemos desconocer ni negar, por su certeza, y que su hijo Leif Erikson llegó hasta Terranova hacia el año 1000 y fundó allí una factoría comercial a la que dieron el nombre de Vinland. Hay quien dice que este fue el primer europeo en colonizar América. Las certezas no se pueden negar, y esto, hasta aquí es verdadero, pero loque no se puede decir, ni menos admitir históricamente es que colonizase América. No es lo mismo fundar una factoría y un asentamiento para el comercio de pieles y otras mercancías, que no tuvo continuidad en el tiempo, que llegar a unas tierras ignotas como le ocurrió a Colón, en la que se trabó, contacto, muchas veces cruento, con los indígenas a los que transmitieron la cultura y los conocimientos vigentes en Europa desde el Siglo XV en adelante, evangelizar, fundar iglesias, levantar universidades, transmitir la lengua española, confeccionar diccionariosde la lenguas aborígenes, para mejor entenderse con los nativos; en fin, aculturizar a un pueblo de caníbales, como eran los aztecas, cambiarles sus costumbre por otra más civilizadas e incorporarlos, como súbditos de la Corona española, como los reconocía la Reina Isabel. Por cierto ninguno de los pueblos enemigos de España habla del canibalismo y los sacrificios humanos que, en ofrenda a los dioses practicaban periódicamente, ni de las pirámides de calaveras recientemente descubiertas en el Gran Tzompantli de la antigua Tenochtitlán, que el soldado español Andrés de Tapia, vio a su llegada en 1521 y aterrorizó a Hernán Cortés. ¿Qué culpa tenemos los españoles de que la Divina Providencia pusiese en el camino de un despistado navegante unas tierras, hasta entonces desconocidas para que recibiesen la civilización y la cultura cristiana? El asunto da para elaborar un tratado, cuando no un libro, cosa que no es nuestro propósito. Sí queremos dejar constancia de que la civilización llevada a cabo por los españoles, desde lo que hoy es la mitad de Norteamérica hasta la Patagonia, no tiene ni tendrá parangón en la historia, mal que les pese a todos los que acusan a España y a sus civilizadores, como los seres más crueles y atroces que haya habido en la Humanidad.
Jesucristo dijo: “por sus frutos los conoceréis”. España puede hacer gala, con más razón que la otras naciones descubridoras, de haber dejado un legado inmarcesible en lo que hoy es Hispanoamérica. Un espléndido mestizaje, una lengua, unas costumbre, una forma de vivir y un sentimiento de orgullo en estos aborígenes que aún hoy, que han formado naciones independientes, la siguen llamando “La madre Patria”. No quiero reprochar a ninguna nación con el “y tu más”, no es mi estilo, pero que el resto de las naciones me muestren sus frutos. Auténticos genocidios, aniquilación de culturas y miserable desprecio a todo lo indígena.
Finalizo con las palabras del General Philip Sheridan: “El único indio bueno, es el indio muerto”. ¿Hay quién lo mejore?
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