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La tesis

Este fin de semana he asistido a la lectura de una tesis doctoral de un familiar mío. El acto se celebró en una de las universidades de la periferia madrileña
Manuel Montes Cleries
lunes, 25 de octubre de 2021, 09:27 h (CET)

Aquél que no haya vivido el proceso de redacción de una tesis, no puede imaginar la cantidad de esfuerzos y sacrificios que conlleva la presentación de la misma, desde el día en que se decide introducirse en el maravilloso –aunque proceloso- campo de la investigación universitaria.

    

El doctorando dedica como poco, en el mejor de los casos, media docena de años de su vida al proceso que requiere esta investigación. Dos años de curso de doctorado, la elección de la hipótesis de estudio, la búsqueda de director o directores de la tesis (con la consiguiente supervisión minuciosa del desarrollo del trabajo por los “supercicutas”), búsqueda de bibliografía, trabajo de campo, estudios estadísticos, etc. Otros cuatro años.

     

La mayoría de las veces, todo este esfuerzo se simultanea con la actividad laboral, la familia y el desaliento propio de un trabajo difícil y farragoso. Pero todo se da por bien empleado, cuando se recibe la satisfacción consiguiente a la realización de un trabajo bien hecho y útil para el resto de la humanidad.

      

He tenido la oportunidad de observar como la mayoría de esos trabajos están lejos de una formulación teórica, aunque no carecen de la misma. Cada vez se ciñen más a la búsqueda de un progreso en la cultura, el bienestar o la salud de la humanidad. No se ciñen a la satisfacción personal basada en la mejora del propio conocimiento, sino que procuran el beneficio general de sus conciudadanos.

     

En el caso que me ocupa, la tesis se cimentaba en el análisis pormenorizado y en estudio cualitativo-cuantitativo de las resultados positivos- negativos del área de urgencias de un hospital comarcal sito en el sur de la comunidad de Madrid. Reflejaba las luces y las sombras del mismo y adelantaba las posibles mejoras del mismo, basándose en la normalización científica de sus sistemas y, lo que más me llamó la atención, la escucha de las opiniones de los usuarios, las cuales incidían, sobre todo, en el excelente trato por parte de los facultativos y en la excesiva dilación del tiempo de atención.

    

Mi buena noticia de hoy me la proporciona, por una parte, el titánico esfuerzo de la doctoranda para realizar su largo proceso de investigación, y por otra el interés demostrado con esta tesis por la comunidad sanitaria española. Pude observar como se preocupa por mejorar una situación que les resulta dificultosa por falta de medios humanos y materiales coincidente con un incremento masivo de usuarios.


Esta buena noticia, hace reafirmarme en mi satisfacción por la extraordinaria Sanidad Pública con la que contamos en España. Disfrutamos de unos hospitales y facultativos excelentes. No lo hacen mejor porque es francamente imposible. Pienso que también deberíamos tomar nota los usuarios, que masificamos las urgencias hospitalarias con demandas exageradas ante situaciones que pueden demorarse un poco en el tiempo, lo que permitiría atender mejor a aquellos problemas que exigen atención inmediata.

     

Termino con lo que para mí es otra buena noticia. ¡Cómo está Madrid! Parece que la gente ha superado el miedo a la pandemia. La ciudad está inundada de gente local y foránea que deambula festiva por las calles y terrazas de la ciudad. Los trenes con dirección a todos los destinos o provenientes de todas las ciudades de la periferia van atestados. Y nuestra Málaga, lo mismo. Tenemos crisis de todo tipo. Pero nunca de falta de alegría y ganas de vivir. Buenas noticias.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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