“Fingimos lo que somos; seamos lo que fingimos”, Calderón de la Barca
Que la vida diariamente está llena de muertos no es nada nuevo para el mundo especial de algunos amigos, tampoco para nadie; nacemos y ya estamos viéndonos morir, es la ley de vida y de la muerte. Lo que sucede es que hay muertos y muertos. Difuntos inoportunos y otros que duelen.
En el mundo de los intereses creados, los muertos mártires son los más oportunos junto a los codiciados para lograr heredar, pueden doler, pero dan beneficios. Un muerto mártir fue José Antonio, algo así como medio siglo de muerto mártir, Lorca continua siendo un muerto vivo y alegre y creador, lo que se dice un muerto rentable para algunos. Escribir esto es duro, pero es que las cosas de muertos son sí.
El inmenso poeta César Vallejo tiene un verso de su libro “Sermón de la barbarie” que exclama: “Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza ¿Innovar, luego el tropo, la metáfora?” Sería cosa de preguntarlo a esos que defiende el Banco de España. Si el andamio estaba en condiciones de matar o proteger
Tenemos también el muerto por hambre- que es distinto al “Es un muerto de hambre”- el de frío, el chocante, por ejemplo: un vivo que se muere en el cotillón de fin de año en un hotel de lujo, eso sí que es aguar una fiesta. Contemplar la cara del director del hotel secándose el sudor, es toda una escena. Existe también el muerto que yo llamo de sociedad de consumo; padre o suegra que cuando hasta el bañador del perro está en el equipaje camino de las vacaciones, decide dejar esta vida, y entonces la familia exclama: “Mira que cuando le ha dado por morirse” Porque en otras ocasiones, si están pachuchos y molestan, lo que se hace es que se ingresan por urgencia en un hospital; Es lo que más se lleva, pero claro tiene que estar vivo y no muerto.
Igualmente existen los muertos de risa, pero estos son al contrario, quiero decir que se cambian los papeles, pues los muertos de risa entonces somos los vivos. Yo me muero de risa cuándo leo a Jardiel Poncela, mirando La Codorniz: “Los muertos son dóciles, pero muy estirados: Y La Antorcha de Karl Kraus para meditar. Como los que sacó el 5 y 6 de enero, muertos invisibles, “políticamente incorrectos”, que tumban todos los reportajes de la temporada sobre esas víctimas muertas que todos los vecinos de Sevilla conocen y que algunos quieren alejar nublando la realidad, mientras muchos otros ejercen la caridad programada como si fueran pelotas de pin-pon, zombis de la modernidad alienada y soportamos el juego, que remedio. Y no puedo olvidar los difuntos de Larra, muertos de una España insólita que parece no morir nunca del todo.
Y es que este fin de año, si para muchas familias la pérdida de seres queridos, es toda una tragedia de incalculables dimensiones, para otros, por lo que se escucha y se lee, no pasan de muertos inadecuados. Muertos un 1 de noviembre y en vísperas de elecciones; cuando se llevan meses utilizando para la campaña muertos ilustres, vilmente asesinados. Muertos de una deshumanizada y calculadora sociedad, donde tanto fastidia al ciudadano consumidor que se le muera el padre o la madre al salir para Cancún de vacaciones.
Y es que existen muertos que son pellizcos en el alma, un adiós que no volverá, pero se queda y otros que son inoportunos. “Es el cristal donde se mira la sociedad.”“Cuando los padres han construido todo, a los hijos sólo les queda el derrumbarlo”, Karl Kraus.
¿Absurdos? Puede que sí. La vida antes de morir es alborada el color que embriaga y cada uno vive como pueda. Os pido disculpas.
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