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El recuerdo de todos los que nos han precedido en este mundo al que no pedimos venir, ni exigimos no morir, es una obligación moral tenerles presentes, por lo que fueron, por lo que aportaron, por su bondad, por sus errores y, sobre todo, porque el misterio de la VIDA incluye el misterio de la MUERTE y en este último nos encontramos todos. Amigos todos, a muchos de vosotros no pudimos conoceros ni despedir vuestro adiós, pero sabemos que fuisteis parte de este mundo y por tanto parte nuestra.
Quizás a muchos nadie les recuerde: desaparecidos en guerras salvajes, perdidos en territorios inhóspitos, personas de vidas solitarias sin nombre ni apellidos, niños descubriendo la vida que alguien cerró sus ojos.... Estamos llegando a noviembre, tiempo, socialmente asignado para dedicar algunos minutos a los que se fueron en familia.
Caen las hojas secas, y las ilusiones de la vida en muchos, por la vejez. Hace casi 500 años, en Ávila muere Beatriz de Ahumada y mientras los sacerdotes terminan las ceremonias dice: “Teresa, que venga Teresa”. La niña de 12 años entra y le dice: “¡bendita, bendita!”, y expira. Teresa, llorando en su habitación, dice a la Virgen: “Señora, ya veis que no tengo Madre, sed vos en adelante Madre mía”.
Tradición cristiana para recordar dos circunstancias que han rodeado nuestras vidas: el día uno, la de aquellos que pusieron a DIOS en el centro de su vida, anteponiendo la CARIDAD al PRÓJIMO sobre cualquier otro interés. El día dos, recordamos a todos los que, creyentes o no creyentes, recorrieron el universo que nos regaló el SEÑOR, dejándonos una huella de sí mismos: la EVOLUCIÓN del MUNDO y la todos sus HABITANTES lleva siempre algo de cada ser que le recorrió y algo de aquellos convivientes de épocas pasadas.
En la película Gravity (2013) la protagonista Stone es una operadora espacial cuya vida está llena de sufrimiento por la muerte de su hija, desde que pasó su vida fue un infierno, del que se distrae trabajando y haciendo kilómetros en coche. En un accidente, un compañero queda perdido en el espacio, con el que ella habla por radio hasta que se le acaba el oxígeno a él, y ella consigue llegar a una estación espacial también deteriorada.
La finalidad de una capilla ardiente es facilitar la despedida pública de la persona fallecida. Este adiós social, sin embargo, se debe realizar sin abandonar el ambiente familiar e íntimo de esta realidad tan triste. En este sentido, por capilla ardiente nos referimos a un emplazamiento y no a un acto en sí mismo.
En Europa habían muchos ritos en las noches que van entre el fin de octubre y el inicio de noviembre en los cuales se celebraba el fin del medio año agrícola de sol y calor para dar inicio al otro semestre de frío y oscuridad. Los antiguos británicos y otros pueblos celtas celebraban el Samhain prendiendo hogueras y haciendo sacrificios.
Estamos viviendo unas fechas que nos hacen cavilar especialmente en el más allá, sin dejar de preocuparnos por el más acá. Las nefastas influencias de la “nueva civilización”, procedente de allende los mares, nos hace sacar a la calle todo tipo de disfraces que nos hagan olvidar lo serio que es el transito de vivos a difuntos.
Que la vida diariamente está llena de muertos no es nada nuevo para el mundo especial de algunos amigos, tampoco para nadie; nacemos y ya estamos viéndonos morir, es la ley de vida y de la muerte. Lo que sucede es que hay muertos y muertos. Difuntos inoportunos y otros que duelen.
Como gélido contraste ante estas celebraciones vocingleras en torno a los días dedicados a los difuntos, parece refulgir el sonsonete del polvo de estrellas, como auténtico mensaje íntimo de cuantos nos precedieron en estas andanzas mundanas. Bien de familiares directos o desde personajes casi míticos por sus fenomenales aportaciones a la humanidad.
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