Estamos viviendo unas fechas que nos hacen cavilar especialmente en el más allá, sin dejar de preocuparnos por el más acá. Las nefastas influencias de la “nueva civilización”, procedente de allende los mares, nos hace sacar a la calle todo tipo de disfraces que nos hagan olvidar lo serio que es el transito de vivos a difuntos. Se está desvirtuando tanto el tratamiento de este preocupante tema que, días atrás, un niño al ser preguntado por sus catequistas en su preparación para la primera comunión, por el significado de las fiestas de los Santos y los difuntos, contestó sin dudar: “esta noche es la noche de los muertos vivientes”. Los pertenecientes al “segmento de plata” hace años que “hemos dado la vuelta al jamón”. Una expresión que refleja, con cierta gracia, que hemos comenzado la segunda parte –cuando no, la tercera o la cuarta- de nuestra vida. Y aquí surge el ejemplo de los que nos han precedido en el trance y ya se encuentran en la otra vida. Son esos “santos de la puerta de al lado” (como denominaba el Papa Francisco). Los mayores hemos tenido la oportunidad de acompañar en el último trance a demasiados familiares, amigos y conocidos. Siempre hemos aprovechado ese momento para recordar lo mejor de su vida y los momentos en que han sido un buen ejemplo para nosotros. Finalmente le hacemos un hermoso homenaje… pero después de haber fallecido. Les propongo –y me propongo- aprovechar esos momentos en que aun los tenemos vivitos y coleando para ofrecerles esos honores de amistad y reconocimiento para que lo disfruten con nosotros. En una palabra, que comencemos juntos ese otro lado del jamón que se encuentra curado por el tiempo y nos sabe mucho mejor. Siempre antes de que se ponga duro y sea difícil de digerir.
Tratemos de evitar ese arrepentimiento por no haber reconocido y valorado a tiempo los méritos de aquellos a los que no se los valoramos hasta que no se encuentran entre nosotros. Los homenajes y los reconocimientos en vida. Después es “viruta de Puertollano” y fuegos artificiales.
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